La gens Scribonia dio a Roma varios personajes notables durante la República y los primeros tiempos del Imperio: algunos cónsules y senadores, así como la segunda esposa del Emperador Augusto y madre de su única hija.
«Escribonia» también remite a «Escriba»: una persona cuyo oficio es escribir, familiaridad con las letras. La pulsión de escribir. La pulsión de vivir.
Desde Buenos Aires, la mirada austral de una mujer traduce sensibilidad y pensamiento en versos. Bajo el seudónimo de Escribonia comparte con todos sus creaciones. Lee mucho, escribe otro tanto. A veces lee y escribe. Es posible imaginarla mientras rasga sus versos y murmura Sub specie aeternitatis1 convencida de que la poesía, por mínima que parezca a veces, sólo responde a lo eterno.
Ahora
Qué importa el después, si el pájaro no es cielo.
¿Y el olvido?
Si la rosa no es de todos.
Si la palabra sola.
Si tú y yo.
Si el árbol y el río.
¿Qué importa después?
Si los talismanes.
Si las azucenas lloran.
Mírame, amor.
¿Dime, qué importa?
Si es ahora.
La palabra sencilla, directa, es contundente y efectiva para comunicar emociones complejas. Los versos cortos crean un ritmo que atrapa e invita a seguir leyendo. La cara vista de su poesía es de apariencia sencilla y cotidiana; sin embargo, se siente por detrás una compleja construcción vital. Hay mucho que comunicar en estas letras, que se quedan rondando luego de leerlas.
Un pueblo
Salían calles de tus manos.
Iglesias.
Campanarios de pájaros.
Carteros.
Niños.
Plazas.
En mí se levantaban pueblos, si me tocabas.
En la poesía de Escribonia hay también un anhelo de conectar con el ser amado. Un llamado sutil muchas veces, versos que se ofrecen como tributo para expresar el amor que se anhela. Un erotismo de muselina y seda donde las sensaciones, las emociones, la conexión… son lo más importante.
Medio pájaro
Se arquea mi cintura al pensar tus manos.
Mi corazón con medio pájaro al hombro
se sentó al borde del agua.
Tú distribuyes la uva en el vino de mi boca.
Tú habilitas los pájaros para que el aire vuele.
De tus caídas manos salieron a encontrarme todos los ruiseñores.
Estoy sola adentro de mi voz que llora un nido.
A ti: que inventaste mi mano para ponerle una flor.
No te vayas.
Nombra a la alegría
bajo la lluvia de sol
que puebla la calle.
Y también podemos encontrar interrogación personal, indagación de sí misma, quizá pensando en esa Conditio feminae2 que tantas reflexiones ha provocado desde que existimos, pero sobre todo desde que la mujer escribe.
Lunes
Hoy no quiero
estar atenta al niño.
Multiplicar panes.
Repartir cerezas.
Confieso,
algunas tardes
no puedo.
Me quedo sin calles.
Con la boca sin puertas.
Acuden a mí pensamientos sin dedos.
Hoy sólo quiero
mirar el mar.
Sin vestido.
Descalza.
Ajena.
Sin repartir cerezas.
Ni besos.
Hoy no tengo ganas de ser buena.
Pocas y precisas palabras, mucho sentimiento detrás. Como ondas expansivas que te hacen pensar luego de leer. La poesía de Escribonia tiene un ritmo engañosamente pausado, que hace que nos sintamos atraídos e identificados, a veces por reflejo, a veces por contraste.
Ella
Ella, mi madre.
Detrás de mí, una mujer que era todas.
Orilla y aire.
Derramaba pájaros de invierno por sus ojos.
Y las calles la dejaban siempre, a la vuelta de mi alma.
Ella, le quedaba justa a mis manos.
Veía lo más antiguo de mis ojos.
Única y mía.
Abría las manos y el cielo en bandada se alegraba.
Olía a orégano, a nido, a pan.
A agua.
En la risa, guardaba veranos.
Andando sus ojos, mi infancia,
fue una lluvia amarilla de mar,
de nísperos, de naranjas.
La lluvia espera al grillo. Me decía.
Hoy, la miro, en su ausencia azul, de luna derramada.
Y la extraño.
Como se extraña querer nacer, de nuevo.
Ser hija.
Tener una guarida tibia, cuando nos volvemos nada.
Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, diría Rulfo.
Nunca se logra, madre, detener todo el ruido.
Y llorar en serio.
Estoy detrás de la palabra, me oculto, necesito me encuentres.
Tu ausencia hace pie, cuando atardece la casa
y un coro de ranas nombra tu voz exacta.
Detrás de mí tu savia, tu imprecación, tus manos, adelgazando las sombras finales de la noche.
Tu amor, abriendo el día por mis huesos.
Era fácil ser buena, curvada adentro de la razón de tu mirada.
A veces, uno besa un beso y lo despierta.
Tal vez, despiertes madre.
Hace frío.
Llueve.
La primavera aún florece helada.
La exploración de la identidad es notable en varios poemas, indagando en el otro (el ser amado) o bien en sí misma. La poesía puede ser entonces cuestionamiento, -duda más métrica que metódica-, que en lugar de respuestas nos va llevando a preguntas más interesantes.
Siempre un pájaro te reinicia
Fui una niña que soñaba.
No, de a ratos.
Siempre.
No pedía, me daban.
Tenía sol y lluvia.
El mar a mano.
Y abrazos.
Un conejo.
Y mi perro,
tan necesario.
Jugué al amor,
y lo que no tenía que ser, no fue.
Y seguí andando.
Al fin de cuentas,
dejar atrás las cosas
y volver a mirar,
es no andar, distraído,
de la ternura,
del pájaro que te reinicia,
de sentir,
de empezar.
Luego de leer a Escribonia las inquietudes se reacomodan, las palabras siguen rondando luego de un rato, las sensaciones persisten.
No cuesta nada imaginar a una mujer, entre mármoles de antigua ciudad, vestida con la túnica característica (la stola romana), sentada en una ventana mirando la vida de la ciudad. La imagen se superpone a la de una mujer entre el concreto de una ciudad al sur, mirando por el balcón la vida de la ciudad. Ambas con sensación de eternidad, otorgada por el regalo de la poesía, murmuran al unísono sus versos:
Aleteo
Ser mariposa.
Entrar a tus ojos.
Aletearte el alma.
Así.
Abrirte rosa.
Fraguar en lluvia.
De te quiero en te quiero.
Como colibrí.
- Bajo el aspecto de lo eterno. Esta frase latina remite a no considerar las cosas bajo la perspectiva de lo temporal y local, sino con una mirada más amplia de universalidad y eternidad. ↩︎
- Condición femenina. O más exactamente: La condición de la mujer. ↩︎
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