En la ciudad de los reinos se levanta un mágico lugar, donde el día son rizos de melocotón y las noches mantos de carbón.
En una noche de luna azul llega la tristeza a trotar, pero el bullicio de la ciudad le dió vueltas por cada puerta. Embriagada, se tendió entre el desasosiego de los nenúfares para escuchar el cotilleo del búho real con una curruca que se había prendado de una adelfa, de pétalos celestiales y la pena de su ausencia era su condena.
Y la tristeza, con curiosidad, se tendió en las escalinatas a contemplar aquel Buen Retiro.
La noche, un misterioso de luz y sombra, donde los rayos de la luna teñían el paisaje con un brillo plateado. El ciprés llorón, envuelto en una dorada neblina, parece cobrar vida y susurra suavemente al viento, como si estuviera contando las historias de cada visitante que se había enamorado bajo sus ramas.
Los gnomos, astutos y juguetones, se deslizan entre los arbustos y las flores, dejando pequeñas huellas brillantes a su paso. Su misión es sembrar la semilla del amor en los corazones de quienes cruzan el umbral del misterio, convirtiéndolo en un lugar donde los sueños se vuelven realidad.
El lago, apacible y sereno, refleja el cielo estrellado como espejo encantado. Los enamorados que navegan en botes decorados con luces titilantes ven cómo sus deseos más profundos se reflejaban en las aguas cristalinas. Algunos afirman escuchar sus propios susurros de amor devuelto por el eco del lago, que no para de cantar
Las estatuas, talladas con maestría sin igual, observan con ojos centelleantes cada encuentro romántico que tiene lugar a los pies de su marmoleado andar. Aunque inmóviles durante el día, por las noches cobran vida para bailar al compás de melodías antiguas que solo los amantes pueden escuchar.
Y así, el parque de los reinos se convierte en un lugar donde el tiempo parece detenerse para dar paso al romance y la magia. Los amores clandestinos florecen entre sus senderos empedrados, y cada rincón guarda sus secretos, que solo aquellos dispuestos a abrir su corazón pueden describir.
La tristeza empieza a sospechar del árbol de Judas y del Madroño que, con sueños, van prendiendo una lumbre en su morena piel: es su idilio nocturno, que no en vana pasión canta la poética noche.
Y sin olvidar las campanas de Santiago, con monótono sueño, se instalan en su enmarañada vejez para sellar con un lilo de pasión que en el Buen Retiro el amor perfuma los secretos de la prisas de la monárquica Madrid.
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