La opción es simple y repetida: ¿pensamos que el mundo que nos rodea es un enemigo al cual secretamente tememos y ostensiblemente tratamos de controlar?, ¿o creemos que es posible sentirse en vínculo con el universo y saborear el alivio de no vivir en estado de conflicto? Si optas por lo primero, lee el horóscopo o consulta a algún adivinador. Si, en cambio, optas por lo segundo sigue leyendo y descubre por qué la Astrología, las estrellas y su interacción con el destino de los seres humanos aparecen bien como temas bien como imágenes a lo largo de la historia.
Los cronistas de astrología coinciden en que los babilonios fueron los primeros en aplicar sus mitos a constelaciones espaciales, describiendo por primera vez los signos astrológicos. Luego los egipcios refinaron el sistema babilónico. Sin embargo, serían los griegos quienes la desarrollarán hasta llegar a la forma en que la conocemos actualmente. De hecho, el término astrología, al igual que el término astronomía derivan del griego «aster» que significa estrella.
Pero… ¿Cuándo y cómo entran los griegos en contacto con la astrología?
La primera vez en la que el universo de la astrología fue transferido oficialmente a la cultura helenística y al mundo occidental de Grecia y Egipto (bajo dominio griego por entonces) fue en torno al año 280 a.C., cuando Beroso1, sacerdote babilónico de Bel viajó hasta la isla griega de Cos, donde transmitió sus conocimientos astrológicos a las poblaciones locales. Así pues, a lo largo del siglo I a. C. existían dos tipos de astrología: uno centrado en la elevación del espíritu humano hacia las estrellas y la búsqueda del sentido de la existencia en el cielo, y un segundo que requería la lectura de horóscopos para conocer detalles precisos sobre el pasado, presente y futuro.
Hacia el año 130 a. C., Ptolomeo, matemático, astrólogo y astrónomo, juega un papel muy importante en el desarrollo de la astrología occidental. En su obra Tetrabiblos, Ptolomeo explica decisivamente la base teórica del Zodíaco occidental como un sistema tropical de coordenadas por el cual el Zodíaco se alinea con equinoccios y solsticios, más que con las constelaciones visibles. Sistema que, hasta hoy, no ha sufrido variaciones.
La astrología romana fue una réplica de la griega, desprendida de su dimensión intelectual y potenciadora de su dimensión supersticiosa, mágica y comercial, influida por escuelas de Oriente y por tradiciones mágicas germánicas, celtas y de otros pueblos indígenas con quienes los romanos tuvieron contacto. Para los romanos la astrología cumplía un papel importante. Numerosos astrólogos fueron protegidos por emperadores como Tiberio.
Con el nacimiento del cristianismo y a partir del siglo segundo, los pensadores cristianos comienzan a atacar duramente las prácticas astrológicas. Son muchos los autores que profundizan en esta animadversión de la iglesia católica hacia la astrología.
La primera condena oficial hacia la astrología se realiza en el Concilio de Laodicea del 364; igualmente fue condenada en el Concilio de Toledo, en el año 400. Idéntica condena se realiza en el Concilio de Braga del año 561.
Al comienzo de la Edad Media, el fatalismo astrológico chocó con los dogmas religiosos, la doctrina del libre albedrío de los cristianos y con la ley musulmana, pues según el Corán, sólo Dios conoce el porvenir.
Para tratar de explicar la arraigada creencia en la astrología sin traicionar aquellos dogmas se recurrió a toda clase de argumentos. Se admitió que los astros inclinan, pero no obligan; se rechazó el fatalismo, reconociéndose que, prevenido por los astros, el hombre podía evitar los peligros que se pronosticaban; se reconoció una astrología natural y se admitió la influencia astral sobre la vida animal y vegetal, pero fueron rechazados los horóscopos.
Una primera tendencia para el tratamiento astrológico, predominantemente positivo y que utiliza este sustrato está, sin duda, imbuido en la Divina Comedia.
En la obra, el poeta florentino hace énfasis en los aspectos cosmológicos en más de cien pasajes, combinando los siete planetas con las siete artes liberales, y correlaciona la gramática con la Luna, la dialéctica con Mercurio, la retórica con Venus, la aritmética con el Sol, la música con Marte, la geometría con Júpiter y la astronomía con Saturno. Establece también la vinculación entre la astrología y la alquimia, y a cada metal le asigna un planeta; a cada operación de los alquimistas, un signo.
Así nace la medicina astrológica, que se mantuvo en pleno auge hasta bien entrado el siglo XVII, cuando médicos famosos recomendaban la astrología uroscópica (sin ver al paciente, con solo examinar su orina y confeccionando el horóscopo del momento de la micción se diagnosticaba la enfermedad).
Sin embargo, aunque muchos son los estudios realizados sobre conocimientos astrológicos, en toda la literatura medieval el tema de la astrología pasa como de puntillas, sin relevancia alguna. Los estudiosos coinciden en que la astrología en el mundo cristiano occidental era considerada una herejía, y bien poco se hablará y escribirá sobre esta materia hasta el Renacimiento.
Para la mentalidad de esa época, la astrología fue inventada por el dios egipcio Thoth (que la tradición identificaría con Hermes Trismegistus o Mercurio). Pronto se subdividiría en natural (que se centraba en los cambios del clima) y judicial (que predecía el destino de los individuos y naciones). Aunque para el momento eran la misma ciencia, la «natural» derivaría en lo que hoy día se consideraría Astronomía y la «judicial» en lo que hoy día sería Astrología. Tanto una como la otra se basaban en la interacción entre signos del Zodíaco, el movimiento de la tierra con respectos a los astros y, en el caso de la judicial, el reflejo de estos astros en el cuerpo humano a través de los reflejos de los cuatro elementos en los cuatro humores. En los signos del Zodíaco encontramos una dicotomía entre signos del Norte, diurnos o que mandan y del Sur, nocturnos o recesivos y cuatro triplicidades: la de la Tierra (Tauro, Virgo, Capricornio), la del Aire (Géminis, Libra, Acuario), Fuego (Aries, Leo, Sagitario) y de Agua (Cáncer, Escorpio y Piscis). La Astrología se fundamentaba (y se fundamenta) en que el movimiento de los cuerpos celestiales influía en eventos, determinaba la personalidad e incluso, tenía un reflejo físico.
Como una de las ciencias que debe aprender un hombre formado en el sistema de enseñanza letrado, la Astrología sirve para la seducción de damas y favorecer conversaciones de chispeantes diálogos en saraos cortesanos. También dentro de la tradición cortesana vemos un uso poético de la Astrología como referente poético para los amantes. Así, por ejemplo, la imagen del amor-fuego que proviene de los cancioneros y se desarrolla ampliamente en La Celestina, encuentra en este caso un paralelismo astrológico en el que el protagonista presenta que sus debates interiores quedan esparcidos por las estrellas.
Además de estos usos «corteses» de la Astrología, encontramos una segunda tendencia que resulta todavía más enaltecedora y permite un uso intelectual de los elementos astrológicos, como indica Keith Thomas, hasta la mitad del XVI la Astrología no era «a coterie doctrine but an essential aspect of the intellectual framework in which men were educated»2 , y, de hecho, no tuvo ningún tipo de estigma hasta fines de siglo, Posiblemente debido a la popularización de las posiciones pre-Ilustradas. De hecho, era una ciencia relativamente popular. La mayoría de los tratados españoles del primer quinientos realzan el aspecto científico y social de la Astrología. Lógicamente, la imagen del astrólogo o estrellero se relacionó con el conocimiento durante la mayor parte de los siglos XV y XVI.
La Astrología, que algunos textos del XVI muestran como una más de las artes y las ciencias, queda indisolublemente entremezclada con la magia rural y el folclore, y queda como un mero rasgo cómico. Estamos en pleno camino hacia los astrólogos tunantes y fingidos de los entremeses del seiscientos, donde los astrólogos son todos personajes abiertamente cómicos. En esto, como en tantas otras cosas, la literatura responde a su contexto social y cultural. En concreto: al movimiento censurador y pre-Ilustrado que acabará relegando la Astrología a superstición y superchería.
A finales del primer cuarto del siglo XVIII, en pleno Siglo de la Razón, España vivía un debate sobre la astrología. En particular, la judiciaria, y la literatura de los almanaques, -un tipo de subliteratura, muy popular, donde entre otros contenidos se incluían pronósticos astrológicos-. El contexto histórico no fue precisamente favorable a la práctica astrológica. Jim Tester lo denomina la muerte real de la pseudociencia al verse privada de prestigio y rigor académicos. El resultado fue que «por fin se separó la astronomía de la astrología» y «la astrología como tal desapareció» 3.
Por su parte, Nicholas Campion4 , reconoce que la práctica de elaborar horóscopos entró en un rápido declive entre 1650 y 1700, de manera que casi se extinguió. Según Campion al igual que existía una clase alta, media y baja, había una astrología «alta» (encontramos figuras como Kepler o Bacon), «media» (astrólogos profesionales) y «baja» (almanaques y creencias populares). Así pues, sostiene que la rama de la astrología que más sufrió el descrédito, motivado en gran medida por la revolución astronómica de los dos siglos precedentes, fue la «alta» astrología que llevó también a la desaparición de la astrología «media», mientras que la «baja» se mantuvo aparentemente imperturbable, ajena a los cambios producidos entre los filósofos y las élites educadas.
La astrología se encontraba, pues, desprestigiada, tal como lo demuestra una bien conocida cita de Voltaire5: «La superstition est à la religión ce que l’Astrologie est à la Astronomie, la fille très folle d’une mère très sage», donde se observa cómo en la mente de la élite intelectual el prestigio corresponde a la ciencia de los astros, mientras que la astrología se asocia con la locura, el desvarío y la superstición.
Resulta normal, pues, que tal fenómeno de creencia tan colectiva encontrara cierta resonancia en la obra de Cervantes y de Lope de Vega, ambos agudos observadores sociológicos, curiosos de la realidad bajo cualquier aspecto. Cervantes se refiere bastantes veces a la astrología en su obra en prosa y en verso, y su grado de adhesión personal se aprecia distintamente según los especialistas. Por su parte, en las comedias de Lope de Vega, tampoco escasean las referencias a la astrología.
Existen más características aún de la astrología y sobre todo de las controversias a la vez científicas, filosóficas y teológicas que no dejaban de formularse en la época, tanto más cuanto que se podía fácilmente caer en el campo de la demonología y de la magia negra. En todo caso era el problema el delimitar los poderes de los astros, del demonio, de Dios y del hombre. De ahí la importancia de ciertos matices.
Cervantes suele insistir en el libre albedrío del hombre, en su propia voluntad, en su capacidad de determinar su suerte independientemente de los astros: «cada cual se fabrica su destino» escribió en la Numancia6.
En cuanto a Lope de Vega, que no se olviden sus propios estudios con el sabio portugués Juan Bautista Labafia, su conocimiento de las obras de Raimundo Lull, su parentesco con el astrólogo francés Luis Rosicler -inquietado por la Inquisición-. Además, por el mismo aspecto cuantioso y contradictorio de citas que se pueden leer en su teatro, sea en favor o sea en contra de la astrología (judiciaria), no será obvio tratar de determinar una opinión personal de contornos muy netos. Pero sí que se puede afirmar que Lope sabía distinguir muy bien —como Cervantes— entre las dos ramas de la astrología, y es lo que deja entender en Del Mal lo Menos:
D. JUAN ¿Hay burra semejante?
MONZÓN ¿Y es la primera, por dicha,
que los astrólogos dicen
en las cosas que adivinan?
D. JUAN ESOS son los judiciarios;
que cuando la Astronomía
es matemática ciencia,
toda verdad se averigua. 8
Respecto a las razones del desprestigio de la astrología, es un tema en el que no podemos entrar a fondo por su complejidad. Sin embargo, es evidente que alguna influencia debió ejercer el cambio radical de la imagen del universo que tenía el hombre occidental, fruto del progreso de la astronomía durante los dos siglos precedentes. Pero la crítica no lo ha considerado un factor fundamental, puesto que el cambio de paradigma cosmológico, como mucho, afectó a la élite intelectual. Son muchas las pruebas que demuestran que progreso científico y creencia en la astrología no son incompatibles. Grandes científicos como Kepler fueron también reputados astrólogos; el propio Newton creía que los cometas eran mensajes de Dios o que el desarrollo histórico se acompasaba al movimiento de las constelaciones, sin olvidar que también estuvo interesado en la alquimia. El nuevo modelo de universo definido por Newton en sus Principia, nada hay hostil a la astrología, pues su propia idea de que existía una acción a distancia podría haber supuesto una nueva explicación física del influjo astrológico.
Pocas vivencias deben ser tan dolorosas como la de sentirse un ser fragmentado, arrojado a un universo ajeno y falto de sentido. Surge entonces la tentación de alguna explicación lineal. La astrología clásica y predictiva supo responder a este llamado, hasta convertirse en un entretenimiento al que se acude “de mentiritas” cada domingo, a la hora del ocio y con el horóscopo del diario dominical. Pero ¿qué pasa en épocas como la actual, cuando el determinismo ya no sirve para explicar lo que sucede y la crisis alcanza distintos ámbitos de reflexión?
Lo que aparece —y afortunadamente, permanece—es “otra astrología”: una ciencia de los vínculos, que permite transitar desde el miedo y la lucha hacia un estado de apertura y entrega. Una disciplina tan compleja como fascinante, emparentada con esas búsquedas en las que suelen confluir los místicos modernos y físicos cuánticos… tanto como psicólogos, abogados y empresarios.
A lo largo del siglo XX la astrología clásica, la que utiliza la misma para adivinar el futuro, fue dejada de lado para pasar a una astrología moderna cuyo objetivo primordial era servir como instrumento para el autoconocimiento y realización de los seres humanos.
Conservando la sabiduría de la astrología tradicional, este nuevo enfoque se centró en entender los procesos personales en lugar de quedarse en acontecimientos externos, enriqueciendo su lenguaje con la psicología moderna. A finales de 1947, Carl Jung escribía al respecto: «Muy a menudo he descubierto que los datos astrológicos me ayudaban a dilucidar ciertos puntos que de otra forma hubiera sido imposible de comprender» 8.
Así pues, hoy en día, cada vez más personas han aumentado su interés en esta disciplina que ofrece una evolución personal, pero todavía existe un desconocimiento general acerca del significado y función de esta ciencia milenaria. Los astrólogos se han convertido en los gurús de los Millenials; el interés en esta disciplina cada vez aumenta más; se vuelve habitual hablar de los astros en cualquier entorno, ya sea en la casa, reuniones, cumpleaños o el trabajo. De pronto, las personas encuentran culpables de sus peleas con una pareja o escasa vida social, a los astros.
Hoy no hace falta ni siquiera mirar el cielo, basta con bajar una App al celular para saber cuándo Mercurio va a estar retrógrado (es el planeta que rige la comunicación, los medios de transporte y las relaciones humanas).
Que las personas hoy en día estén pendientes de los movimientos de los planetas, como de Mercurio -por ejemplo-, habla de la dimensión que ha alcanzado la astrología, es decir, ya no solo basta con conocer el propio signo, sino que también ha aumentado el interés por descubrir el resto de las características de su carta natal o carta astral, que es la que muestra en qué constelaciones se encuentran todos los planetas a la hora de nacer.
El creciente interés por la disciplina que estudia los astros también se puede ver traducido en la cantidad de escuelas que han surgido sobre la temática y en los retiros astrológicos que se organizan cada semana. Hacer un curso de astrología está al mismo nivel que aprender sobre vinos, o hacer un curso de cocina.
¿Cómo mirar este fenómeno sin ser dogmático? En términos generales, te internes o no en la astrología, existe una espiritualidad ligada a una percepción profunda del orden creativo del universo, y otra espiritualidad ligada a la sensación de separación y de miedo, que te lleva a necesitar la presencia de algo o alguien que te garantice seguridad.
Nuestro aspecto atemorizado busca que alguien le garantice alguna fuerza, deidad —o lo que sea—que lo proteja de las dificultades que plantea el universo. Las religiones se mueven tradicionalmente por este carril. La astrología, en cambio, te lleva a percibir el universo de otro modo, y a establecer otras relaciones con él. Ese universo no es exclusivo, sino inclusivo.
Quizá el punto clave sea comprender que la astrología no es un saber cerrado. Ese es el espejismo más grande: pensar que el astrólogo sabe qué va a pasar, sabe de antemano cómo son los otros. Resulta decisivo darse cuenta de que la astrología no es eso; es un modo de estar instalado en la realidad, en el que se va descubriendo que lo que aparece fuera de uno está ligado al interior, y este es el misterio.
- Moreno, Santiago. Cristianismo y astrología en los siglos IV-V d.C: Oriente y Occidente. [Universidad complutense] 1.
↩︎ - Keith, Thomas. Religion and the decline of magic: Studies in popular beliefs in sixteenth and seventeenth century. London : Weidenfield and Nicholson, 1971.
↩︎ - Tester, Jim. Historia de la astrología occidental versión española. Madrid : Siglo veintiuno editores, 1990. 3.
↩︎ - Campion, Nicholas. A History of Western Astrology, vol. II. The Medieval and Modern Worlds. [Continuum] London-New York : s.n., 2009. 4. ↩︎
- Voltaire. Traité sur la tolérance, 1763. [http://documents.univ-toulouse.fr/150NDG/ PPN075853078.pdf.] 2017. 5.
↩︎ - Youraín, D.Francisco. La destrucción de Numancia. [Biblioteca españoles (BAE) II Obras dramáticas] Madrid : s.n., 1962. 9.
↩︎ - Vega, Lope de. Del mal lo menos . [Biblioteca virtual Miguel de Cervantes] Madrid : s.n. 6.
↩︎ - [Revista Astrológica Mercurio No.3] Barcelona,España : s.n., Verano 1992. 8.
↩︎
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