
Comienzo confesando que siempre tuve cierto problema con el realismo mágico. No tanto con el concepto o la corriente literaria en sí, (después de todo, nos ha dado obras geniales, y que van más allá de García Márquez o Isabel Allende, por cierto). No, mi problema es con la visión extranjera, específicamente europea, de que todo lo que se escribe en Latinoamérica es de alguna manera, realismo mágico.
Me molestaba que se consideraran así obras que no tenían nada que ver: ni en estilo, ni en tema, ni siquiera en la locación. Sentía que estábamos en una trampa. Todo era realismo mágico alrededor ¿Era imposible escapar a ese estilo?
Luego lo comprendí. Quizá nos ven así porque, en realidad, nosotros vivimos el realismo mágico. Lo que para otros es exótico y extravagante, para nosotros es la realidad, y punto. Todos crecimos con cuentos, curiosos sucesos, leyendas ciertas. Como si fuéramos un continente soñado y contado, más que construido. Quizá muchos de nuestros bienes y males salen de allí.
Nada más revisar la historia del continente, nos encontramos con hechos oficiales que parecen un invento y que sin embargo, ocurrieron: próceres asaltando un barco con caballos y tomándolo, dictadores que fusilan uniformes, batallas imposibles, burdeles en desiertos (o en barcos, o en castillos junto al mar), un hombre construyendo una catedral en el páramo andino, piedra a piedra durante décadas… Tantas, tantas cosas extrañas y que las vivimos como naturales y cotidianas. Lo que para otros es asombroso, extraño, absurdo, es para nosotros la realidad cotidiana. Nuestra sorpresa es siempre de estilo propio, muy particular.

Todo eso va colándose entre las letras a la hora de escribir, queramos que no: intentamos un naturalismo a lo Zolá, y terminamos escribiendo una novela de Kafka mezclada con Julio Verne. Nuestra realidad ya es bastante loca y exótica. No hay más que verla.
Quizá por eso cuando le mostraba algún escrito a alguien, sobre todo si estaba alejado de las letras o del continente me decía: «Es algo como realismo mágico» (aunque el escrito estuviera alejado por completo en estilo, tema, locación, todo; no importaba: el aura de realismo mágico impregnaba las letras, aunque fuera un cuento de necrófilos compulsivos de una sociedad secreta).
Andando el tiempo, me he ido reconciliando con el realismo mágico. Lo abordo con criterio académico en las letras, y lo acepto como realidad circundante en la vida. Ahora simplemente escribo y espero lo mejor. Si me dicen que es realismo mágico, no los corrijo, no me exaspero. Es la cotidiana realidad en que vivimos, simplemente.
Escribimos novelas policiales, románticas, exotistas, cuentos pornográficos, poesía simbólica, lo que quieras.
Pero vivimos en el realismo mágico.
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