O, for a muse of fire that would ascend
The brightest heaven of invention!
A kingdom for a stage, princes to act,
And monarchs to behold the swelling scene! (…)
(…) But pardon, gentles all,
The flat unraisèd spirits that hath dared
On this unworthy scaffold to bring forth
So great an object. Can this cockpit hold
The vasty fields of France? Or may we cram
Within this wooden O the very casques
That did affright the air at Agincourt?(…)1
– William Shakespeare Henry V (Prologue) –
El Bardo de Stratfford-Upon-Avon presenta así uno de sus dramas épicos, en donde el narrador (un Coro) lamenta que este espacio (el teatro) sea tan pobre como para darle cabida a la Historia. Sin embargo, Viktoria Yocarri en su novela hace que la Historia sea ese cortinaje teatral digno de la historia de Aurelia. Un gran trasfondo para una historia sencilla que se agiganta por su humanidad.
En la novela histórica, el evento histórico usualmente cede su importante espacio a los personajes de la narración para convertirse en una fuerza que gravita sobre los acontecimientos. En ocasiones suele suceder que algunos autores hacen formar parte a la Historia en este tipo de novelas como una suerte de fatum inevitable, que repentinamente salta desde la escenografía del fondo para determinar con su presencia y accionar alguno de los eventos en que los personajes se verán envueltos. Tal sucede con Los Novios (I Promessi Sposi) -1827-, de Alessandro Manzoni, por ejemplo, en donde la Peste Negra cambia de manera definitiva el destino de los protagonistas. A menos que algún lector conozca el transcurso de la peste milanesa acaecida entre 1628 y 1630, ignorará que el punto culminante de tal peste será justamente el que marcará el clímax de las venturas y desventuras de Renzo y Lucia, los caracteres protagónicos.
En ocasiones, la Historia envuelve las tramas de tal forma que al hacerlo, provoca retrasos y avances en el tiempo narrativo, dejando al lector conocedor del período histórico en el que se basa la obra en posesión del conocimiento de los eventos que acaecerán, tal como se advierte en las continuas interpolaciones de ese surrealista monólogo que Fernando Del Paso intitula como «Castillo de Bouchot, 1927», en el transcurso de esa monumental y dramática narración de Fernando del Paso llamada Noticias del Imperio -1987-, –por recordar sólo algunos ejemplos en donde la Historia incide directamente en la trama de la novela.
Tal Vez No Haya un Mañana, de Victoria Yocarri nos presenta un panorama histórico que constituye una escenografía permanente, viva en los detalles (la música de entonces, los actores famosos, las costumbres y tradiciones, lugares céntricos o de moda en aquellos años…) y en los grandes eventos (la participación de México en la II Guerra Mundial, el movimiento del ’68, el carácter de las presidencias mexicanas de aquel ayer…), alrededor de la vida aparentemente sencilla de su personaje principal, Aurelia, la que no está exenta de conmoción en su devenir familiar, así como tampoco lo está la historia del México del Siglo XX. Y curiosamente es en esta aparente marcha paralela de la historia y la vida de la protagonista, en donde aparentemente no intervienen directamente una con la otra lo que hace que nos apercibamos de que el paralelismo de estos aconteceres convoca a la consideración de un velado discurso en torno a la lenta evolución de la sociedad mexicana.
El transcurrir es cronológico, excepto en el dramático comienzo de la historia, donde Aurelia es llevada al hospital para evitar su deceso. Un deceso que ella sabe que pronto llegará:
(…) «No reconozco los días, no me interesan las noticias del mundo, no necesito tanto ruido ni griterío. Las horas se arrastran penosamente en una espera eterna, el tiempo se me gasta aguardándolo. (…) La muerte anda suelta, puedo sentir su aliento y presencia palpitante. Mi tarea es convencerla para que me lleve (…)».
Con un inicio tan intenso, y a través de un flashback a lo largo de las páginas de Tal Vez No Haya Un Mañana es como observaremos la forma en que el flujo de la historia de México se apodera de la escena como un rico cortinaje de acontecimientos históricos que envuelven y sirven de fondo a una historia tan sencilla como pueda ser la de una mujer sometida a los avatares de la sociedad mexicana de principios de siglo, en donde la despiadada ideología que consiente el maltrato y el abuso de la mujer aparece sólo atenuada por la manera en que Yocarri vela en su narrativa tan terribles acontecimientos, los que se suceden en medio del transcurrir de la vida del México apenas posrevolucionario, (1922).
La Historia transcurre en el fondo. El devenir de la vida de Aurelia, al frente de la narración, produce la impresión de una secuencia cinematográfica en la que se enlazan los eventos históricos a través de los breves fragmentos en que Aurelia hace comentarios sobre los mismos, o cuando reflexiona sobre éstos. Este desarrollo, en donde la Historia apenas afecta la vida de la maestra protagonista, nos informa de la primera cuestión que la autora parece querer destacar: la vida sencilla de una mujer no parece tener impacto en este devenir histórico. Ya en sí este carácter de la estructura de la novela se puede interpretar como una denuncia, pues es un hecho indiscutible el menoscabo de las dificultades de las mujeres a lo largo de este proceso de evolución social. Y aquí, los grandes eventos históricos pasan de largo de una mujer que apenas comprende cuál es el rol social que le ha sido reservado por sus padres, por su pareja, por su familia. No son eventos que parezcan desmesurados, con todo y que entendemos que estamos leyendo una novela, y que el terreno de estas narraciones es la ficción. Son situaciones que nuestros lectores pudieron haber vivido, o pueden vivir en sus familias. Pero el tono mesurado en el que se cuentan del mismo modo las grandes alegrías así como las dolorosas tristezas de Aurelia es lo que nos deja pensando sobre la forma en que ella lo asume. Ella se define en una parte de la novela así: «(…) Yo seguía siendo explosiva, mandona y en más de un sentido, intransigente». Mas la forma en que asume lo que acontece en su familia es estoica, resignada, y a la vez llena de ese sentimiento que sólo puede emanar de la ternura tan propia de ella, que es lo que nos hace seguirla a lo largo de páginas llenas de dolorosas confesiones, intensas emociones y sobre todo, una forma clara de aproximarse al corazón de una mujer en aquellos días.
(…) «Me cogió de la cintura y me obligó a tumbarme en la cama. Mientras me acariciaba y amaba, susurré sin ruido en su oído:
—Perdóname por amarte y hacerte batallar.
Sentí latir su corazón acompasado dentro de mí, a la vez que me decía:
—Te perdono, si tú me perdonas a mí». (…)
A medida que la gesta de la vida de Aurelia se agiganta, tras los avatares que reserva el crecimiento de las familias, -las lógicas disputas entre familiares, los conflictos resultantes de las situaciones sentimentales y demás-, el trasfondo histórico se desvanece para dar relieve a las cosas que constituyen nuestra realidad, que no es ni por asomo tan fulgurante como lo es el trasfondo histórico de una nación latinoamericana que construyó en aquellos años un prestigio, y que sobrevivió a tragedias como los fuertes sismos, las protestas, los conflictos intestinos…
Decir que la novela Tal Vez No Haya Un Mañana tiene una estructura cronológica podría llevar a pensar que uno ya sabe cómo es que se desencadenarán los acontecimientos. Sin embargo, no es lo que sucede, sino cómo sucede. Es a través de las situaciones de la vida, y cómo las afrontan sus personajes que Viktoria Yocarri deja a nuestro albedrío la consideración de sus personajes a través de sus reacciones. Su narración en primera persona nunca juzga a los personajes, porque Aurelia no juzga: vive. Asume. Siente. Aún con de esta postura objetalista se percibe esa calidez que emana del sentimiento de su protagonista.La frase que el marido de Aurelia pronuncia en los momentos en que siente cerca su muerte refleja bien que ese sentido aparentemente apocalíptico que esconde decir que Tal Vez No Haya un Mañana es, en realidad, un recordatorio para nosotros de la caducidad de la existencia, y de la importancia de vivir aquí y ahora la vida. Así lo comprende Aurelia. Y lo vive en un renacer en el que el brío de la juventud da paso a la reflexiva madurez y a las pasiones más intensas, por saber -después de una vida- lo que llevan aparejadas.
La autora incluso reconoce su deuda en estilo a su compatriota José Emilio Pacheco, y le rinde tributo en su novela, porque al igual que lo que narra el propio José Emilio Pacheco en la obra aludida (Las Batallas en el Desierto), Tal Vez No Haya un Mañana es una de esas historias entrañables en las que a través de lo que cuenta Aurelia, es probable que ella llegue en algún momento a exclamar tristemente como Carlitos, el protagonista de la obra de Pacheco, que «el amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio»:
(…) «Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél?», diría José Emilio Pacheco. Ya había supermercados, pero no televisión, radio tan solo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero Solitario, La Legión de los Madrugadores, Los Niños Catedráticos, Leyendas de las calles de México, Panseco, El Doctor I.Q., La Doctora Corazón desde su Clínica de Almas. Paco Malgesto narraba las corridas de toros, Carlos Alberto era el cronista de fútbol, el Mago Septién transmitía el béisbol». (…)
México a través de la vida de una mujer. Una mujer de carne, hueso y pasiones, de ternura y entereza. La propuesta de Viktoria Yocarri nos invita a conocer el México de aquellos años, con la perspectiva que sumerge en su narrativa al lector, quien sin importar su nacionalidad -pues se reconocerán hechos y figuras de fama mundial-, puede mirar una nación a través de la vida de una mujer. Porque así como en Noticias del Imperio, donde es también una mujer la protagonista de algún modo (Carlota de Habsburgo), la Historia aparece frente a las mujeres como una prueba ante la cual la mujer perece -como Carlota- o se agiganta -como Aurelia-.
¡Oh, por una musa de fuego que ascendiera
al cielo más brillante de la invención!
¡Un reino como escenario, príncipes para la acción,
y monarcas para contemplar la creciente escena! (…)
(…) Pero perdonad, gentiles todos,
a los espíritus simples y no elevados que se han atrevido
a presentar en este indigno cadalso
un objeto tan grande. ¿Puede esta circo de gallos contener
los vastos campos de Francia? ¿O podemos meter
dentro de esta «O» de madera los mismos cascos
que aterrorizaron el aire en Agincourt? (…)
William Shakespeare, Enrique V– ↩︎
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