«Muerdo mi corazón,
como bocado de caballo al galope,
porque hay demasiado mundo
y poco cielo.»
Corazón Mordido – Santiago Arroyo Dorado
El poeta es un ser que pacientemente se dedica a observar, intentando comprender, mientras siente profundamente. Ver, oír, degustar, oler y sentir: todo en aras de comprender no con el pensamiento, sino con el ser, con el alma, aprehender el sentido con la sensibilidad.
La poesía duerme en todos nosotros, sin duda alguna. Sólo espera su oportunidad para manifestarse y florecer, sólo hay que darle la oportunidad y dejar que fluya. Santiago Arroyo Dorado, poeta nacido en Vitoria, Álava (1961) -pero que se identifica como malagueño porque como bien dice «Los malagueños nacemos donde queremos»- da fe de ello, pues comenzó a escribir «tarde» (en el año 2003) a raíz de un hecho trágico (la muerte de una persona en un accidente de moto), y desde entonces no ha parado.
Esa cascada de poesía siguió fluyendo hasta llevarlo a publicar su primer poemario «El Donante de Sentidos», donde deja plasmada una amplia muestra de su visión poética. Un carrusel de emociones que va de lo más calmado y contemplativo a lo más apasionado, apelando a los sentidos, haciendo que el lector no quede nunca indiferente, que se tome sus pausas para pensar y digerir lo que lee, que quiera seguir leyendo inmerso en los versos que parecen recitados por alguien que mira al mundo afuera y adentro. Expresión pura.
Etérea Musa
Poeta vagabundo de versos,
títere de silencios,
en su soledad de musa
anheló sanar su inspiración
renegada de palabras y letras.
Puso un anuncio en vida ajena:
«Busco salvación virgen de ideas»
Recibió respuesta agitadora del sentido,
de teclas etéreas en luz de luna:
«Con el miedo por bastón,
te espero en la vejez de mi casa»
Partió el poeta,
hacia destino desconocido,
como guía la voz de su musa,
la halló sentada en adoquines,
con su pecho lleno de pos-it,
la lluvia por sudor,
papeles que dibujaban
relatos de vida de musa rota.
Descosidas las costuras
de su corazón, por cada ojal
escapaba la tristeza de su alma,
susurrada melodía,
«Vida de reloj de cuco
a dos certezas de una realidad,
sacrificando la eternidad de un segundo,
pasos descalzos de esperanza
sedientos de la calzada de piedras
con nombres como lápidas del mío»
El poeta, henchido de lágrimas
en paño de consuelos,
abrazó a su salvadora malherida,
ahuyentó lobos y nieblas,
le puso letras al amor,
«Eres mi musa
alquimiadora de piedras en versos,
luna llena
a la que mi corazón clama»
Ella volvió a rasgar el clarinete de las risas,
él, en su fiel melancolía,
escribió versos de abandono
y eterno olvido.
El poema que abre el libro es una apasionada declaración a la eterna musa, a la que presenta en una situación intensa, casi desesperada, y cómo el poeta la rescata renovando el pacto existente entre ellos incluso antes de encontrarse. Es un poema lleno de imágenes que nos intrigan e impactan a partes iguales.
Otros poemas tienen una lírica inclinación a la fantasía, porque la poesía es también soñar con los ojos abiertos.
Llueve bajo mi cama
Llueve bajo mi cama,
mientras dientes
de león fluorescentes
alumbran el interior del armario.
Salto por la ventana del techo
cayendo sobre un bidón
de pétalos de agua.
Desconcertado, me calzo
con dos sombreros de bombín,
al doblar la esquina
del desierto de hojas,
me encuentro una estampida
de caracoles saltarines.
Pellizco mis mejillas
tratando de que la cordura
de mis pestañas
me devuelva al estado
natural de mis quimeras.
Apretando con fuerza
los párpados de lo cierto
entono una plegaria,
como himno del retorno
a lo cotidiano de mis sueños.
Y lo hago en dieciséis tonos de grises,
el periódico de la monotonía
que espera junto al café de la rutina.
Invadiéndome la certeza
de que la normalidad soñada
es el chaleco del traje de mis hábitos,
me abrocho los botones
de la confianza,
cerrando toda realidad.
Mientras, en mi habitación,
llueve bajo mi cama….
Amén
Varios de sus poemas -la mayoría- terminan con la palabra «Amén», que es la forma de cerrar las oraciones en la religión cristiana (en todas sus variantes). Esta palabra, proveniente del hebreo y la religión judía significa «Ciertamente» en su origen. En la variante cristiana se utiliza con el significado de «Así sea», e incluso «Palabra de Dios». Santiago Arroyo Dorado comenzó a usarla en sus poemas como seña de identidad, pues siente que su poesía nace de lo profundo de su ser, como se siente el creyente al orar.
Mañana compartida
No quiero mañana compartida,
retener mi respiración, ni corazón encogido,
cambio la belleza de nuestra distancia,
los dedos entrelazados de poemas
sembrados, de versos apócrifos,
por cruce sin señales, sin líneas divisorias,
donde las miradas sean tristezas vírgenes.
Tejer un nido con tu tinta,
con la boca distante,
a tan solo un abrazo de lejanía,
que mi pecho deje de ser cárcel,
o verte en cada desconocido
que me recuerde la ausencia.
Amo abandonarme a la voz lejana,
la unión del tormento, con sus asas
sostenidas sobre los hombros
de tu imagen desenfocada
de la mañana compartida.
Silencio todo vocablo,
toda emoción furtiva,
aferrándome al salvavidas
del sentido prófugo,
el común para el silencio,
no deseo el vacío de la despedida
sino el dolor como última frontera
Amén
El poeta reflexiona sobre la distancia, sobre el amor, la dificultad de tener a alguien que amas tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Cercanía de emociones y distancia física quizá insalvable, en la cual se reflexiona en voz alta, se anhela y se rechaza.
Corazón mordido
Muerdo mi corazón,
como bocado de caballo al galope,
porque hay demasiado mundo
y poco cielo.
Eses dibujadas en una decisión,
mordiendo mi corazón
como fruta prohibida,
cerrando un paraíso,
la perfección
de un sonido opaco,
un fonismo con tu cara
y multitud de nombres.
La vida sonríe ante
un lápiz y un futuro,
ante una mirada
asida de un no
y me muerdo el corazón
frente a un cruce de caminos.
Me doy la mano
acompañándome
en un oasis de espinas
que la vida riega,
mordiendo mi corazón alegre
sobre un andén
convertido en arena.
Ante la claraboya
que la vida ha abierto
en mi pecho,
muerdo mi corazón
fugitivo de toda previsión,
picaporte de mis sentidos.
Las rodillas de mi realidad
se doblan ante la música de viento
silbada por la vida,
para que no se escape un espejismo
con forma de esperanza,
navegando entre las aguas
quietas de cada latido
y la marea de un corazón mordido.
Amén
En un paseo por distintas emociones, apelando a todos los sentidos, la poesía de Santiago Arroyo Dorado difícilmente deja a nadie indiferente: crea imágenes muy interesantes al leer que están llenas de belleza e intensidad como una oración que sale de lo profundo, de quien busca entender y al mismo tiempo sacudir el mundo a ver si comienza a tener sentido.
El libro incluye dos textos cortos, prosa poética («El Druida» e «Historias Comunes») que complementan la visión poética que se ha querido plasmar en este poemario.
Leerlo, transitar por cada poema, da la sensación de asistir oblicuamente al espectáculo de un hombre en una esquina que recita, para sí mismo pero consciente de que mundo mira, oraciones que buscan un contacto, mirando todo desde dentro y desde fuera. Mientras proclama convencido una verdad inocultable: Hay demasiado mundo y poco cielo.
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