(Reflexiones sobre el Rol de las Brujas en la Literatura)
«In fairy-tales, witches always wear silly black hats and black cloaks, and they ride on broomsticks. But this is not a fairy-tale. This is about REAL WITCHES. The most important thing you should know about REAL WITCHES is this. Listen very carefully. Never forget what is coming next. REAL WITCHES dress in ordinary clothes and look very much like ordinary women. They live in ordinary houses and they work in ORDINARY JOBS. That is why they are so hard to catch». (…)1
Roald Dahl (1916 -1990), a quien le he tomado el inicio de su novela de corte infantil (permítanme que ponga un poco en duda esa clasificación), resume -a mi parecer- un proceso que desde la aparición de las primeras brujas hasta hoy en día se ha llevado a cabo: el ocultamiento, la discreción, el secreto de la condición de la bruja. Hoy las brujas -dice Dahl- se visten con ropajes comunes y se ven más como mujeres ordinarias. Pero hubo un pasado en el que las brujas aparecieron con toda su majestad y poder, dispuestas a ejercer su magia. Y con esta idea en mente, me parece que podemos hacer un breve recorrido sobre las veces que en la Literatura las brujas han tomado un papel preponderante como parte de narraciones y un drama en que aparecieron para que podamos observar, hoy en día, qué ha sucedido con este rol en la actualidad.
Medea, de Eurípides, tragedia en la que se recrea el drama de la única hija sobreviviente de Eetes, el rey legítimo de Corinto, es una de las primeras obras literarias en donde se da cuenta de la aparición de una mujer con cualidades mágicas: cuando el héroe Jasón debe conseguir el Vellocino de Oro, -piel de carnero a la que se le atribuían mágicas propiedades-, desafía la voluntad de su padre, quien a toda costa intentó preservar el Vellocino de Oro de las manos de los argonautas de Jasón. Viéndose en esa situación, Medea no tuvo otro remedio que huir de su patria y casar con Jasón, quien se había prendado de ella. A lo largo del mito sobre Medea, se habla de poderes que ella detenta, como la transformación (puede transfigurarse en mujer anciana y recobrar su semblante juvenil, entre otras hazañas), el empleo del veneno inoculado (como en el vestido que obsequiara a Glauce, con quien Jasón pretendía casarse, abandonando a Medea). Asimismo, en la tragedia de Eurípides, la furia de la mujer no tiene límites cuando determina por la infidelidad d eJasón que los hijos que habría procreado con éste deben morir para completar una de las venganzas más terribles de que se haya leído en el ámbito de la tragedia griega. Las brujas hacen su aparición en la literatura clásica como dechados de poder, capaces de la furia y de la destrucción que las encumbran más que destruirlas: al trascender al mundo de los mortales, ella aparece guiando un carro tirado por serpientes —las serpientes son animales infernales—, y tenía alas, porque ella era al mismo tiempo diosa de la tierra y diosa de la luna. Aquí aparece en tríada como Perséfone-Deméter-Hécate. Con estos nombres, perteneciente uno de ellos –Hécate- a la tradición de las divinidades de la brujería, se ha inaugurado el rol de la Bruja como un ente poderoso que no tiene restricción en el empleo de su poder.
Asimismo, Circe, a quien encuentra Ulises en ese difícil y dramático viaje de regreso a casa que narra Homero en La Odisea, vive en Eea, la isla de la Aurora, gobernada por la diosa Circe, donde pretende someter a sus compañeros de viaje convirtiéndolos en cerdos y procurando emplear la seducción y la magia contra Ulises. No lo logra, pero desde este punto, a Circe se ve claramente que era hábil en toda clase de encantamientos, pero quería poco a la especie humana. Cuando echaron suertes para decidir quién se quedaría vigilando el navío y quién saldría para explorar la isla, le tocó al querido compañero de Odiseo, Euríloco, desembarcar con otros veintidós tripulantes. Descubrió que Eea abundaba en robles y otras clases de árboles, y por fin llegó al palacio de Circe, construido en un gran claro hacia el centro de la isla. Lobos y leones rondaban por los alrededores, pero en vez de atacar a Euríloco y sus compañeros se enderezaban sobre las patas traseras y les acariciaban. Se habría podido tomar a aquellos animales por seres humanos, y en realidad lo eran, aunque los habían transformado así los hechizos de Circe. Circe se hallaba en el vestíbulo, cantando mientras tejía, y cuando el grupo de Euríloco la llamó a gritos salió sonriendo y los invitó a comer en su mesa. Todos entraron alegremente, excepto Euríloco, quien, sospechando un engaño, se quedó afuera y atisbo ansiosamente por las ventanas. La diosa sirvió una comida de queso, cebada, miel y vino, para los marineros hambrientos; pero estaba drogada, y tan pronto como comenzaron a comer les tocó en el hombro con su varita y los transformó en puercos. Luego, abrió inexorablemente la portezuela de una pocilga, los encerró en ella, les echó unos puñados de bellotas y frutos del cornejo en el suelo fangoso y los dejó allí revolcándose. Euríloco informa de ello a Ulises, quien recibe de Hermes el regalo de una flor blanca perfumada con la raíz negra, llamada Moly, que sólo los dioses pueden reconocer y elegir. Con el aroma de dicha flor, Ulises puede resistir el encanto y la magia de Circe, a quien obliga a devolver a sus compañeros a su estado primitivo. No obstante, acoge los sensuales favores de la poderosa maga, a quien le engendra a tres hijos: Agrio, Latino y Telégono. Circe tampoco tiene límites en su magia, pero se enfrenta no sólo a la astucia concertada de Hermes y Ulises, sino a una primera ocasión en que el poder de la brujería es limitado. Aparentemente, el ejercicio del poder no le permite al igual que a su ilustre parentela: se sabe que las brujas mitológicas más famosas son Hécate, Circe y Medea. Todas tienen en común que eran brujas científicas en cuanto que, aparte de la magia: usaban pócimas a base de plantas para sus conjuros (botánicas). Además, según diferentes genealogías posteriores a Hesíodo, esta triada de brujas eran familia: Hécate era hija de Asteria, aunque más tarde surgieron nuevas ramas genealógicas que la vincularon tanto con Circe como con Medea, y Hécate fue presentada tanto como madre y hermana de Circe. A su vez, también se la describió como madre de Medea y Escila, ninfa convertida en monstrua por la Circe no homérica.
A medida que el tiempo y la literatura avanzan, el poder de las brujas queda acotado por la asunción, en las obras literarias, de los eventos históricos que se sucedieron: la conquista de Grecia, la caída del Imperio Romano, la adopción del cristianismo y el catolicismo, y con ello la condena de la brujería. Posterior a los infames tiempos del Malleus Maleficarum (el manual que arrojaba todas las culpas de la condenación y la caída de los hombres de la gracia de Dios en las espaldas de las mujeres), la brujería no pudo ser mencionada en los textos literarios. Por eso debimos esperar hasta el Siglo XVI, cuando la obra supuestamente escrita por el bachiller Fernando de Rojas nos presenta a la bruja como una mujer mayor de 60 años, cuyo negocio es dirigir una casa de citas, y que ofrece sus servicios y hechizos al mejor postor, ayudando con ello a constituir un amor ilícito y ardiente entre Calisto y Melibea. Fueron años en que la represión eclesiástica aún alcanzó a esta obra y a su famosa protagonista, con cuyo accionar en la obra se dio a prtir de entonces como sinónimo de alcahuete al nombre de esta bruja: Celestina. Aquí aparece sólo ejerciendo entre el vulgo su poder, pero estando además restringida a tener un perfil bajo en la sociedad, en donde sus poderes quedaban reducidos simplemente a habilidades de embaucadora de hábil verbo, con lo cual coseguía sus objetivos en la obra.
El paréntesis entre la gloriosa Circe y la fúrica Medea que separa a estas brujas de la Celestina indica que en este proceso histórico el personaje de la bruja había sido tan devaluado, pisoteado y envilecido tanto como lo fueron las mujeres reales en la historia a quienes les tocó conocer la pena capital en la hoguera después de tantas muertes que, aún hoy en día, se intenta hacer ver que no fueron tantas como se pretende, -pero sí suficientes como para desaprobar la inhumana cacería de la Iglesia, que victimó y lastimó a tantas mujeres inocentes-.
Las Weird Sisters del Macbeth de Shakespeare preludian el horror espantoso que será hallarse a mujeres tan repelentes como la Celestina, pero con el poder de Circe y Medea para inducir, a través de las visiones del futuro, al bravo guerrero Macbeth a cuminar un regicidio que le dará el trono. Es curioso que se les haya negado a las hechiceras en Macbeth el nombre de brujas. Ni siquiera son witches. Sólo son «hermanas estrambóticas/extravagantes». Acaso porque en la obra, si bien el aparato dramático hace que sean capaces de generar visiones espantosas como bebés sangrando para profetizarle a Macbeth que ningún nacido de una mujer podrá vencerlo, estas entidades no vemos quye realicen otra muestra de poder.
La historia -y la Literatura-, en una dinámica siempre cambiante, ofreció a las brujas refugio en los cuentos de hadas, como parte del folklore recogido por los Hermanos Grimm, por Charles Perrault y por Hans Christian Andersen. De la reina de Blancanieves y los Siete Enanos se sabe que, al poseer un espejo con el que dialoga con una entidad atrapada en éste, que es en efecto una bruja que tiene un gran poder que sabe utilizar el veneno y posee aún la furia de sus antepasadas como para emplear su poder en la venganza. Sin embargo, mientras que Medea tiene buenas razones para hacer uso de la venganza por la injusticia en su contra, la reina de Blancanieves… perece por la indiginidad de su propósito: la bruja, como persona sabia, se deja envolver por el orgullo, la soberbia de creerse más bella que la inocente jovencita. Y quizás no fue algo consciente en los Grimm reflejar esto, pero no deja de ser llamativo que la reina, obrando con la soberbia, ofrece como venganza una manzana para malograr a Blancanieves, tal como una serpiente en la Biblia ofreció a una mujer un fruto -del que no se dice que sea una manzana- para malquistarla con Dios. A la reina este acto le cuesta la vida con una tortura que recuerda el aciago período de la Santa Inquisición: debe morir bailando con zapatillas de acero calentadas al rojo vivo.
Los cuentos de hadas patentaron y perpetuaron la imagen de la bruja con todas las malas cualidades que el vulgo atribuyó a estos seres: en Hansel y Gretel, la bruja es una ogresa -y de dichas criaturas se decía de sus costumbres antropofágicas-, en la versión infantil de La Bella Durmiente el hada que maldice a la princesa no es exactamente una bruja, pero ejerce su poder para vengarse de no haber sido invitada al bautizo. Cabe comentar que este bautizo «mágico» es una costumbre italiana que nos remonta a la versión original de este cuento, que no era infantil: mientras que la versión que ha deleitado a generaciones es de los Hermanos Grimm, la versión original de la historia, debida a Giambattista Basile, (Sol, Luna y Talía), hablaba de que a Talía, la bella durmiente, le habrían engendrado dos hijos mientras dormía un rey que ya estaba casado. Lo turbio del asunto permite hacernos ver que, aunque en la versión original no había una bruja, los excesos de la mujer del Rey la emparentan con las brujas vengativas: los niños Sol y Luna iban a ser servidos como platillo en un banquete para el infiel rey. Así que al parecer, entre las brujas de los cuentos de hadas había una tendencia además de afearlas en aspecto, a hacerlas figuras de autoridad (reinas) y al ejercicio del salvajismo y la antropofagia (la reina en Blancanieves… sólo estará segura de ser la más bella hasta que ella haya devorado el hígado de princesita, acogida por los enanos mineros de la historia).
¿Entonces, todo terminaba ahí para las brujas, que de ser respetadas y temidas, ahora sólo les correspondía ser engendros pesadilllescos del horror para ser derrotadas?
La Bruja del Mar, en La Sirenita, de Hans Christian Andersen, da dotes de sabiduría al cumplir, no obstante, el deseo de la sirena de dotarla de piernas para lograr enamorar al príncipe de la superficie, pero le recuerda que la concesión de todo don implica consecuencias y responsabilidades. Y una de ellas, además de perder la voz, es la de perderse ella misma. La Bruja del Mar nunca busca arrebatarle a la sirena sus dones por mera maldad: le advierte, desde la sabiduría, que podría arrepentirse de pedir eso… Como efectivamente sucede: la sirenita nunca logra seducir al príncipe anhelado.
Ésta última bruja comienza a ser el atisbo de lo que las posteriores serán: en efecto, ejerce su poder -que, como para generarle dos piernas a una sirena debe ser grande-, pero no es ni por mucho la villana de la historia, y advierte antes que buscar el mal a alguien que recurre a ella, que lo que pide puede redundar en su perjuicio. La Bruja no hace ya más ostentación de su poder en balde, ni para perjudicar: ni por venganza justa, ni por simple ejercicio de la soberbia o la maldad. Esta bruja supone un cambio en la visión en general que, no obstante, no será claro en ésta. Será hasta que el críptico y simbólico viaje a Oz en El Mago de Oz nos lleve a recrear el concepto de las Brujas: hay buenas (Brujas del Norte y del Sur en la narración de Lyman Frank Baum), y malas (del Este y del Oeste). La atribución de puntos cardinales y el hecho de que sean cuatro arroja toda posibilidad interpretativa de acuerdo a diversas teorías ocultistas, pero entrar en ello nos alejaría del objetivo por ahora: bástenos con saber que desde que se introduce el concepto de bruja buena-bruja mala hay una evolución que debe llevarnos a otras consideraciones.
Puede que las estilizaciones de la obra de J. K. Rowling no les gusten a muchos que prefieren analizar el rol de las brujas en forma más seria, pero el hecho es que ahí está la serie de la autora, que nos presenta muchos registros de brujas: atildadas (Sybill Trelawney), brujas que poseen el asombroso poder de la transformación -como las de antes- (McGonagall), brujas con ejercicio del poder como sometimiento (Dolores Umbridge), brujas jóvenes y poderosas (Nymphadora Tonks), sin olvidar a la poderosa estudiante amiga de Harry Potter, Hermione Granger. Este desfile de brujas nos hace mirar de fondo algo que las demás no tenían, y que no tiene qué ver sólo con la falta de un objetivo de furia y control (pues Dolores Umbridge y Bellatrix Lestrange sí lo tienen). El asunto es que fuera de su mundo, estas brujas pueden pasar por cualquier persona. Han renunciado a exhibirse y a distinguirse como sus antepasadas por sus poderes, ya que en el universo de Harry Potter todos saben que las brujas deben pasar desapercibidas para evitar las cacerías. Las brujas han perdido teatralidad, porque ahora forman parte de nuestro entorno. Las hay en TikTok, en Instagram, y son chicas o mujeres comunes y corrientes que exhiben sus conocimientos para compartirlos en comunidades virtuales. El hecho de que J. K. Rowling se negara a reflejar el fenómeno de los dispositivos móviles en su obra nos hace a las brujas de su universo más que comunes y corrientes: no aparentan todo ese poder, ni lo ostentan, como la Bruja del Mar en La Sirenita. El poder está en estas brujas que cocinan, barren, planchan y salvan mundos como personajes de estas nuevas ficciones que, sin duda alguna, alcanzan a justificar la cautelosa advertencia de Roald Dahl en «Las Brujas».:
- «En los cuentos de hadas, las brujas siempre llevan sombreros y capas negras ridículas, y viajan en escobas. Pero esto no es un cuento de hadas. Se trata de BRUJAS DE VERDAD. Lo más importante que debes saber sobre las BRUJAS DE VERDAD es esto: escucha con atención. Nunca olvides lo que viene a continuación. Las BRUJAS DE VERDAD visten ropa común y se parecen mucho a mujeres comunes. Viven en casas comunes y realizan trabajos comunes. Por eso son tan difíciles de atrapar»… ↩︎
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