James y Nora: El alma más Hermosa del Mundo.

«Gentle lady, do not sing
Sad songs about the end of love;
Lay aside sadness and sing
How love that passes is enough.
Sing about the long deep sleep
Of lovers that are dead, and how
In the grave all love shall sleep:
Love is aweary now».
-James Joyce-
1

Cuando él la conoció mirando vidrieras en una calle de Dublín, no imaginaba aún que esa mujer alta, pelirroja y elegante en su sencillez, de nombre perfectamente joyceano (se llamaba Nora Barnacle) iba a cambiarle la vida para siempre.

Ese 10 de junio de 1904 James Joyce se sintió deslumbrado, y decididamente se acercó a ella para conversar. Ella tenía una mente ágil y una lengua afilada para las respuestas, estaba acostumbrada a sacarse rápidamente de encima a los hombres que se le acercaban a cortejarla tanto en su trabajo como camarera en el Hotel Finn2 como en la calle. Él mantenía el ritmo de las réplicas y no se rendía. Luego de un rato caminando juntos, ella se sentía impresionada por la cantidad de cosas aparentemente inconexas que era capaz de meter en la conversación y por el hecho de que lograra hacerla reír varias veces. Después de todo, ella necesitaba algo de alegría en su vida. En sus 20 años vividos hasta el momento no había tenido mucha suerte en el amor, y en general, en la vida. A los 16 años se enamoró como se enamoran los adolescentes, su novio tenía que irse a trabajar a otra ciudad y, como los abuelos de Nora (con quienes ella vivía) no lo aprobaban, se quedó toda la noche bajo la lluvia junto a su ventana para poder entregarle una carta. Poco después murió de neumonía. Dos novios que tuvo luego también murieron por diversas causas. Las mujeres de su entorno y algunos hombres comienzan a llamarla «Man-Killer» (que me gusta traducir como: «La Mata Novios»), y ella llegó a pensar que estaba maldita en el amor.

A los 19 años comienza un romance con un hombre 25 años mayor, por lo cual deciden mandarla a Dublín y desentenderse de ella. Y allí conoció a este James Joyce, escritor en ciernes, extravagante pero encantador. Al final de su caminata le dio una cita para 2 días después, sin ninguna intención de acudir. Joyce la estuvo esperando ese día, toda la tarde. Como ella no acudió a la cita le escribió al trabajo. Le dijo que la esperó toda la tarde, que la confundió con otras mujeres que vio. Que se muere por verla.

La carta fue tan conmovedora y extraña que ella le dio una cita para verse, esta vez sí de verdad. El 16 de junio tuvieron su primera cita.

Son jóvenes y muy pobres. Caminan por el parque, hablan mucho, ríen, se besan en un banco junto a las flores. Pasan todo el día juntos. El día fue tan hermoso para Joyce, que luego escogería esa fecha, 16 de junio de 1904, para que ocurra su novela más famosa (la titánica Ulises). En la noche, cuando van camino a donde Nora dormía, se besan en un callejón, y ella, audaz, abre su bragueta y lo masturba.

 Joyce sólo se había acostado con prostitutas, y está tan fascinado, que siempre dirá: «Nora me hizo un hombre». Deciden seguir viéndose. Más que nada, caminan por la ciudad, comen pudín y hablan. Joyce se refería a ella hasta en sus últimos días como «El alma más hermosa del mundo». Él le cuenta de su rechazo al catolicismo, a las convenciones, sus preocupaciones estéticas, su mundo entero… Ella le cuenta también todo de ella, incluso su convicción de que está maldita en el amor. Incluso bromea diciendo que va a estar muy triste cuando él muera por fin. Joyce la escucha y muy serio le promete que no se va a morir todavía.

Poco después, sin avisarle a nadie se fugaron a París, luego a Zurich y finalmente a Trieste, donde se le había prometido a Joyce un trabajo como profesor de inglés. El trabajo resultó ser ilusorio, una estafa, pero poco después consigue trabajo en otro colegio. Viven en la pobreza, en habitaciones temporales que pagaban a diario. El ambiente es difícil, aterrador y Joyce bebe demasiado. Les echa una mano Stanislaus, el hermano de Joyce, pero aún así, son tiempos difíciles.

Nacen sus hijos (Giorgio y Lucía), vagan por distintas ciudades y Joyce sigue escribiendo. Llama la atención de Harriet Shaw Weaver, editora de la revista The Egoist, que sorprendentemente se convierte en mecenas de Joyce. A pesar de que lo que escribe es extraño, escatológico y escandaloso ella lo sigue apoyando. Les dio dinero toda la vida.

La relación de James y Nora es compleja, aunque se aman con pasión. Cuando estaba redactando Ulises, ella se siente tan sola, luchando por mantener a la familia, que un día, en una pelea, simula quemar el manuscrito. No esperaba su reacción: ella esperaba que él gritara, se enojara, reaccionara de alguna manera: Joyce se echa a llorar. Tanto lloró, que ella se conmovió, le dijo que era mentira y lo consoló toda la noche.

En una ocasión, Joyce comenzó a ser ayudado por una rica heredera norteamericana. Joyce tiene un encanto especial para que la gente lo considere genial y le den dinero. Ella le escribe largas cartas y le dice que tiene su libro Dublineses en la mesa de noche. Joyce se deja halagar, encantado, y le escribe de vuelta. Siempre ha sido un cortejante audaz y descarado. Aunque viven bien gracias a esa ayuda, Nora no puede dejar de sentirse celosa. Es la única vez en que le dice eso. Está celosa de esa devota millonaria y no puede evitarlo. Él le promete que nunca más le dará motivos para los celos. Cumple su promesa. Fue devoto y fiel hasta el final.

Joyce viaja a Dublín para intentar hacer negocios y conseguir dinero. Nora, algo preocupada y quizá también por soledad, lo anima a escribirle cartas. Cartas eróticas y, -todo hay que decirlo-, decididamente pornográficas y cochinas. Fue sexting por correo con alta intensidad.

En Dublín, un conocido de los viejos tiempos le dijo a Joyce que él se había estado acostando con Nora, e incluso insinuó que Giorgio quizá fuera hijo suyo. Joyce no dice nada y se marcha, Nora se entera (el sujeto lo dijo en el bar, frente a todos) y se apresura a viajar a Dublín a aclarar todo.

Al llegar, Joyce la abraza y le dice que no diga nada. «No le creí, Nora. No quise caer en su emboscada emocional». Ella aún intenta explicarse, él la besa y le dice que no hay nada que explicar. Se aman y es suficiente.

Se mudan a París, Joyce comienza a ser célebre en círculos literarios. Viven bien, aunque siguen quejándose de la pobreza. En 1931 se casan por fin. Dicen que lo hacen, para que su nieto no tuviera problemas legales al ser «ilegítimo», aunque es más probable que fuera para complacer al padre de Joyce, -su más grande influencia, luego de Nora-.

Siguen amándose (y escribiéndose cartas cochinas, pues ambos son igualmente pervertidos románticos), siguen amándose a pesar de las dificultades. La única rival en el amor de Nora fue su propia hija, Lucía, a quien Joyce llamaba «La Asombrosa Salvaje»: era un alma artística y sufría de esquizofrenia. Joyce decía que simplemente veía el mundo de otra manera. Una mejor. Escribe Finnegan’s Wake para ella. Fue tratada por el mismo Jung y luego internada en clínicas psiquiátricas toda la vida. Joyce la amó con locura. La única además de Nora.

En el ambiente que se movía Joyce, cuando empezó a ser famoso, siempre se le vio con recelo a Nora. Se llegó a decir que era analfabeta (no lo era: escribía cartas preciosas y aprendió francés por su cuenta antes de mudarse definitivamente a París), que era descuidada, de baja estofa, que era inadecuada para Joyce. Él la defendió siempre, apasionadamente. Ella cocinaba su pudín favorito, en recuerdo de sus citas. Nunca viajó sin ella, la tenía siempre a su lado, aunque a ella la intimidaban y aburrían sus amigos intelectuales.

Aunque Nora habría preferido que Joyce fuera un músico (tenía una voz espectacular y a menudo cantaban juntos), siempre lo apoyó y creyó en él, si bien confesó nunca haber leído nada suyo, excepto cartas. Cuando el glaucoma empezó a dejarlo ciego, aún joven, ella lo cuidaba con fervor. Y todas las mujeres, extravagantes y maravillosas de los libros de Joyce están inspiradas en Nora. Él mismo lo decía a quien quisiera escucharlo.

Ella lo amó y respetó incluso luego de su muerte en enero de 1941 por peritonitis; a pesar de ser ella católica devota, respetó el agnosticismo de Joyce y no celebró una misa fúnebre. Y se negó a volver a Irlanda, porque habían quemado los libros de Joyce. Le sobrevivió algo como 10 años sin dejar de amarlo ni un día.

Nora fue su cable a tierra, su contacto con el mundo. Sin Nora, quizá no habría existido su maravillosa literatura, y eso es algo que hay que agradecer tanto a James Joyce como a su maravillosa musa, ya de nombre joyceano, Nora Barnacle.

  1. «Gentil dama, no cantes
    tristes canciones sobre el fin del amor;
    deja a un lado la tristeza y canta
    cómo el amor que pasa es suficiente.
    Canta acerca del largo, profundo sueño
    de los amantes que están muertos, y de cómo
    en la tumba todo amor reposará:
    el amor está exhausto ahora»
    . ↩︎
  2. Finn’s Hotel es también el título de un texto de James Joyce que sólo fue conocido recientemente, y que se publicó por primera vez en inglés el pasado junio de 2013. Se ha comentado que fue originalmente concebido como una serie de fábulas: piezas concisas y concentradas de ficción en prosa centradas en la época histórica de Irlanda y de momentos míticos a lo largo de 1,500 años.  ↩︎
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2 respuestas a «James y Nora: El alma más Hermosa del Mundo.»
  1. Avatar de barrufet4

    ¡Espectacular, Stániel! 👏👏👏👏

    1. Avatar de Stániel Lobatón Pérez

      ¡Gracias por leer Salva!

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