
Título: Azul Latido
Autora: Jacqueline Soto
Editorial: Amazon
Lugar de origen: La Habana, Cuba
Año de publicación: 2025
Tipo de poesía: Verso libre
Número de poemas: 4 (edición original)
Género: Poesía lírica contemporánea
«Alma de la Habana»; una frase que guarda más que lucha, más que olas, mar y arena — encierra la nostalgia, el poético dolor y la humedad de una poesía que se lleva en las manos de Jacqueline Soto. Ella, de manera magistral, nos enseña que, incluso en la devastación social, existe el amor, entre la brisa del Atlántico y la persistencia de la memoria.
En Azul Latido, Soto propone una travesía emocional a través del color, el tiempo y el origen. Su palabra es confesión y ancla: rescata la esencia del ser humano frente al olvido, lo hace con una voz íntima, sensible y firme. Como Dulce María Loynaz, se adentra en los silencios del alma; como José Ángel Buesa, convierte la nostalgia en música. Su escritura es pura Habana: humedad, raíz y una luz que se resiste a apagarse.
I. Azul Latido — El corazón que no olvida
«Llevo un azul en mi pecho,
que no deja de latir,
guardo en él los sentimientos
vibrando dentro de mí.
No es azul pálido cielo,
tampoco de tono añil;
es más bien de lo que siento,
de lo que queda al vivir.
Porque aunque pase el tiempo
no dejaré entrar al olvido,
abrigando los recuerdos
que viven conmigo.
Carga risas y lamentos
junto a un grito sostenido,
se desliza por mi cuerpo
un Azul Latido.»
El poemario abre con una confesión luminosa: un color que palpita. Ese “azul” no es cielo ni tela; es sentimiento, herida, permanencia. Soto dota al color de una biografía íntima —una emoción que no se extingue— y lo convierte en símbolo del amor que persiste pese al paso del tiempo.
Pablo Neruda escribió alguna vez:
“Necesito del mar porque me enseña: no sé si aprendo música o conciencia.”
Así como Neruda aprendía del mar, Jacqueline Soto aprende del azul: un elemento que enseña a sentir, a recordar y a resistir. Su Azul Latido es la forma de decir que el alma tiene memoria cromática, que lo vivido deja una luz que no se borra. Cada verso vibra entre la ternura y la herida, recordándonos que la belleza puede ser también una manera de no morir.
II. Canto Criollo — La raíz que canta
«Como un pétalo de indefinida fragancia,
me deshago en la presencia de un aroma que me embriaga.
De olor a cálida tierra,
a humedecida nostalgia,
de verde caña quebrada que rezuma en su dulzura
la esencia de mis palabras.
Como música tallada en notas bien perfiladas,
soy canto del trovador,
el bolero en mi bahía
bajo la luz de la luna que a un amor incendia.
Criolla de corazón,
impura de sangre y verso,
soy el latir explosivo de un dolor que siempre llevo.
Un nido sin lugar que pueda llamar hogar,
las raíces de una tierra
que no deja de llorar.»
Aquí, la autora vuelve su voz hacia la raíz, hacia la identidad criolla que late entre nostalgias. Su poesía, profundamente habanera, se tiñe de sonidos, aromas y memorias. La caña, el bolero, la luna: todo su universo se construye con materia sensorial y ancestral.
Alfonsina Storni, frente al mar, exclamó:
“Oh mar, enorme mar, corazón fiero de ritmo desigual, corazón malo…”
Como Storni, Soto encuentra en la naturaleza un espejo de su propio pulso interior. Su Canto Criollo respira el mismo ritmo desigual: es una afirmación del mestizaje, de la impureza hermosa que habita en toda voz latinoamericana. Cuando escribe “Criolla de corazón, impura de sangre y verso”, se nombra a sí misma como síntesis viva del Caribe: pasión, pérdida y pertenencia.
Su palabra rescata lo que la historia dispersa. El “nido sin lugar” es la metáfora del desarraigo que acompaña al alma cubana, pero también el sitio donde la poeta renace cada vez que escribe.
III. Aún — La respiración del dolor
«He conocido un dolor desesperado
como un grito rasgado que retumba,
una daga que atraviesa la penumbra
y se clava sin piedad en mi costado.
He sentido un temblor de escalofríos
con las voces que me llaman al pasado,
la tristeza de un suspiro abandonado
acogiéndome entre sus brazos,
siempre fríos.
Sigo andando
a pesar de lo que pierdo,
lo que queda va buscando otro destino
o se abriga en el fondo de un recuerdo.
He vivido,
me he extinguido
y aún respiro.»
En este poema, Jacqueline Soto se enfrenta al abismo con serenidad. No hay victimismo, sino verdad desnuda. Cada verso es un temblor, una confesión de quien ha vivido la pérdida pero aún respira.
Octavio Paz escribió:
> “Llueve en el mar: al mar lo que es del mar y que se seque la heredad.”
La poesía de Soto participa de esa misma sabiduría: aceptar el ciclo, permitir que el dolor vuelva al mar. En Aún, el sufrimiento no se convierte en sombra, sino en aprendizaje. Su voz, aunque quebrada, sigue caminando: “Sigo andando a pesar de lo que pierdo…”
Ese verso, tan sencillo, es el eje moral de su escritura: la persistencia. Y cuando concluye “He vivido, me he extinguido, y aún respiro”, convierte la experiencia en un acto de fe: la vida continúa, incluso en la ceniza.
IV. Latido Ámbar — El fuego que preserva
» Guardo un ámbar en el pecho,
no es joya ni piedra quieta,
es fuego que pulsa en secreto,
memoria que nunca se sujeta.
No es color de tarde vencida
ni dorado que se apaga al sol;
es la huella de lo que no se olvida,
un murmullo que nombra sin voz.
Late entre sombras y caricias,
entre pérdidas y abrazos de miel,
resguarda promesas y cenizas,
y arde sin razón ni papel.
Y aunque el mundo gire lento,
y los días se vistan de silencio,
en mí vibra ese viejo aliento:
el latido ámbar, intenso.»
Cierra el libro un poema que resume el itinerario emocional del volumen. Si el azul representaba el recuerdo que late, el ámbar simboliza la memoria que se cristaliza, que guarda lo vivido en una transparencia dorada.
Federico García Lorca dijo:
“El mar es el Lucifer del azul. ¡Pobre mar condenado a eterno movimiento!”
Como Lorca, Soto comprende que la belleza es un destino condenado al movimiento. Su Latido Ámbar vibra entre el pasado y el presente, entre la pérdida y la luz. Es la alquimia del tiempo hecha verso: la transmutación del dolor en resplandor.
“Late entre sombras y caricias,
resguarda promesas y cenizas,
y arde sin razón ni papel.”
Así, el ámbar se convierte en metáfora del arte mismo: aquello que arde sin motivo, pero que deja su huella. La autora encierra en este poema la sabiduría de quien ha comprendido que lo amado no muere: se transforma en fuego.
Azul Latido es un poemario breve, pero esencial, donde Jacqueline Soto construye una poética del sentir. Su escritura, de verso libre y ritmo natural, se distingue por la musicalidad íntima, la sencillez profunda y la pureza de imagen.
Su tono remite a las voces clásicas del modernismo y del romanticismo tardío, pero con una sensibilidad contemporánea. El uso del color, la referencia al cuerpo y la constante presencia del mar son símbolos que articulan una reflexión sobre el tiempo, la identidad y la memoria.
Como Neruda, Soto busca en los elementos naturales una sabiduría emocional; como Storni, transforma la vulnerabilidad en fuerza; como Paz, acepta el flujo de la existencia; y como Lorca, abraza el misterio y la belleza del dolor.
Su obra pertenece a esa tradición latinoamericana que concibe la poesía como una respiración del alma, donde cada verso no se escribe: se siente.
Azul Latido no es solo un poemario: es un pulso, una confesión, un espejo de emociones universales. Jacqueline Soto logra, desde la intimidad y la sencillez, levantar una voz poderosa que toca lo más profundo del ser. Sus poemas son breves destellos de eternidad, donde el amor, la pérdida y la memoria se funden en una misma llama.
Es un libro que late, que respira y que enseña que la belleza sobrevive incluso entre las ruinas. Por su hondura emocional, su lenguaje transparente y su fidelidad a la raíz humana, este poemario es altamente recomendable. Un homenaje al alma cubana, a la palabra viva y al poder infinito del sentimiento.



Queremos leerte: