«Llora: yo soy cantor.
veo las flores que están en mis manos
y que embelesan mi corazón: yo soy cantor.
Por dondequiera mi corazón, mi mente.
Cual puñado de turquesas, como luciente esmeralda
estimaba yo mi canto y mis bellas flores.
Gozaos, amigos míos: nadie quedará en la tierra.
Por eso lloro y esparzo mis flores.
¿Irás tú acaso conmigo a la región del Misterio?
Yo no llevaré mis flores, aunque sea yo un cantor.
Gozaos, aún vivimos: estás oyendo mi canto.
Por eso lloro yo, cantor:
No es llevado a la casa del sol el canto,
no bajan al reino de los muertos las bellas flores,
aquí, y solamente aquí se enlazan los bellos cantos».
- Poesía Náhuatl (Comp. Ángel María Garibay Kintana) 1–
Es posible, apreciable lector, que al abordar las líneas anteriores, la idea que tengas en tu mente sobre los poetas nahuas es que cubrían, de algún modo, el perfil estereotípico de los poetas: flores, cantos, el corazón… Sin embargo, pensarlo de ese modo te evitaría acercarte a una de las más magistrales definiciones sobre la vida y la muerte que te proporcionan estas breves letras.
Es así: imagina que en vez de flores, las que por su naturaleza son efímeras, la palabra «flor» significa: «gusto por la vida, placer de la existencia». Imagina que en vez de «cantos» la palabra representa a «la poesía». Piensa en que los nahuas consideraban que el sol cubría un ciclo al ir transitando por el cielo y por eso, cuando desaparecía, los antiguos mexicanos consideraban que se ocultaba en una «casa» (una región) ubicada en lo más profundo de la Tierra. Ahora comprenderás porqué no se puede llevar el goce de la existencia a la casa del Sol: porque el poeta habla de que en ese lugar ya no habrá oportunidad de disfrutar de la alegría de la existencia. Es el lugar donde se apaga el Sol, es un lugar profundo… Sabes cuál lugar es ése. Ahora comprendes que sólo se puede hacer poesía aquí («solamente aquí se enlazan los bellos cantos»). Ahora comprendes que por eso llora y esparce sus flores: porque la existencia es aquí, y ahora. Los placeres son en el presente. La poesía es hoy. Por eso, la poesía es inapreciable «cual puñado de turquesas, como luciente[s] esmeralda[s]».
¿Cuántos años han pasado desde que los poetas prehispánicos escribieron estos versos? ¿Han perdido vigencia? No lo parece. Sin embargo, el cantor anuncia el principio de su composición diciendo «Llora: yo soy el cantor». Ello es, porque la poesía llora ante la presencia de lo intangible. La Muerte se siente en todas partes, y más en estas fechas. El poeta sabe de la urgencia por aprovechar el goce de la existencia: en la Muerte, eso no sucederá. No se podrá gozar del placer de una caricia, del disfrute de una sensación, de la belleza de una sonrisa…
Y este breve derrotero comienza con los nahuas, justamente porque la celebración del Día de Muertos comienza con ellos. Nada mejor que saber cómo concebían en su poesía a la Muerte. Desde ese momento, que nos fue dado a conocer por quienes conservaron los escritos de aquellos ayeres, supimos que la consideraban como algo necesario, pero que no por ello dejaba de ser triste. ¡Qué poca relación tiene esto con esa idea que los visitantes extranjeros tienen de las celebraciones de México sobre la Muerte, en las que se sabe que los mexicanos se ríen, juegan, hacen versos satíricos, burlescos, se comen las calaveras de azúcar con su propio nombre…!
Sucede que la concepción de la muerte que conocen en otras naciones fue desarrollándose al paso de los años. Y es justamente a través de la poesía que puede explicarse cómo esa celebración adquirió cierto carácter jocoso y burlesco, porque la idea de la Muerte no difería en ciertos sentidos de la que pudieron tener los europeos. Al menos, en un principio, como puede leerse en la poesía nahua que hemos leído: al morir se parte a una «Región del Misterio». Tal nombre no se diferencia a los otros que vinieron allende el Atlántico: Más Allá, Otro Mundo…
Si bien en el tiempo posterior a la Conquista los poetas novohispanos también abordaron la Muerte, el pensamiento sobre la misma no dejó de tener el carácter reflexivo que hemos descrito hasta ahora. Por ejemplo, Sor Juana Inés De La Cruz, al momento de escribir la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, Sor Juana había cumplido 40 años, lo que significa que había alcanzado el promedio de vida de su tiempo. Aunque todavía no era una anciana, debió sentir cercana su muerte, ya que desde hacía muchos años tenía problemas de salud. Por lo tanto, había llegado el momento de prepararse para la muerte.
«Mira la muerte, que esquiva
huye, porque la deseo;
que aun la muerte, si es buscada,
se quiere subir de precio».2
Sin embargo, en la misma manera en que habla Sor Juana en este conocido poema de la Muerte, se advierte que el tema ya resultará, a partir de ese momento, estar sujeto no sólo a la seriedad existencial, sino incluso al guiño de índole sarcástica, (como en el caso presente).
José Guadalupe Posada (Aguascalientes 2 de febrero de 1852- Ciudad de México, 20 de enero de 1913) consolidó la fiesta del Día de Muertos gracias a las interpretaciones de los mexicanos por medio de calaveras. A través de estas retrataba el México de esa época y sus ilustraciones siempre eran de humor negro. Considerado el precursor del movimiento nacionalista de artes plásticas, Posada fue el creador de la famosa Calavera Garbancera (después nombrada como «La Catrina»). En realidad esta calavera apareció en un periódico que se titulaba Remate de Calaveras Alegres y Sandungueras con el subtítulo «Las que hoy son empolvadas garbanceras pararán en deformes calaveras». La Calavera Garbancera representaba a las mujeres indígenas que querían verse glamorosas (como sus patronas españolas) y a las que se les conocía como garbanceras. De modo que desde el origen mismo de la imagen de la famosa fiesta mexicana, esta Catrina no era un signo de distinción, sino de escarnio, de burla.
Durante mucho tiempo se le conoció como la Calavera Garbancera, hasta que Diego Rivera, en su mural «Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central» representó a esta calavera como uno de los personajes principales. De hecho se puede ver en el mural que la calavera toma la mano a José Guadalupe Posada. Diego Rivera la retrató de frente y de cuerpo completo; y a partir de aquí se le conoce como La Catrina.3
Esta historia de un gráfico tan famoso va acompañada de un hecho literario: estas imágenes iban acompañadas con versos satíricos de carácter burlesco que hacían alusiones a las condiciones o circunstancia sociopolíticas de los personajes a quienes se dedicaban estos versos. En ellos, se hacía alusión (inevitablemente) a la muerte (ficticia o real) de dicho personaje: o bien en efecto dicha personalidad había fallecido, o se deseaba que pasara a mejor vida. Estas composiciones poéticas son en gran medida responsables del carácter jocoso de la celebración del Día de Muertos en México, y por extensión del tema de la muerte, y de ir acompañadas de imágenes de las famosas calaveras de José Guadalupe Posada. Se les conoció como Calaveritas.
La métrica más común para las calaveritas literarias es el verso octosílabo, aunque también se pueden escribir versos de siete u once sílabas (a veces, incluso empleando la forma de la silva4. Como la relevancia de estas composiciones es temática, a los cultivadores del género no les importaba demasiado el aspecto técnico y métrico, sino la precisión en las alusiones y en sus invectivas. Y muchas de ellas aún logran el efecto apetecido, a pesar de los años transcurridos:
El que anda de enamorado
y a una mujer echa un reto,
no se figura el menguado
que enamora un esqueleto.
–Calavera del Amor–
Llegó la gran ocasión
de divertirse de veras.
Van a hacer las calaveras
su fiesta en el Panteón.
Las flautas son de canillas.
De hueso los violines.
De cráneos los cornetines.
Los fagós de rabadillas.
Las viuditas relamidas
que se precian de virtuosas
asistirán ruborosa
todas de blanco vestidas.(…)
– Gran Baile de Calaveras (Fragmento)- 5
La gracia de los versos mencionados nos presentaba a la Muerte como un ente jocoso que a veces era burlado por la astucia de los implicados; en ocasiones como una gruñona calaca que acababa por hartarse y ejercer su poder para terminar con cualquier disputa; por último, como una salomónica justiciera que, tal como su lejana pariente de Europa, protagonista de la Danza de la Muerte, se llevaba a todos por igual. Y si en el Viejo Continente se comportaba de tal manera, y las festividades carnavalescas hacían ver a la Muerte como una bailarina experta que se llevaba a todos sin distinción, ¿qué diferencia habría en considerar que aquí en México las calaveritas de azúcar tuvieran su origen en las culturas mesoamericanas, en donde se utilizaban los cráneos de las personas sacrificadas para incluirlos en diferentes rituales que se llevaban a cabo para simbolizar el final de un ciclo y honrar a los dioses? El tzompantli (muro de calaveras) se convertía en un dulce memorial. Y al paso de los años, los versos endulzaban con su risa nuestros deseos sobre las personas que considerábamos que deberían morir pronto, para hacer un bien a los demás. Y de este modo, la Muerte tan temida era exorcizada por los versos, el dulce, la burla, la chanza y el juego. Acaso no es sino también el mismo recurso del poeta: juega con la idea de la Muerte, baila con todos, nos hacemos amigos de ella…
VII
En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
de la suprema caricia
que desemboca en el acto,
hay un misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante.
–Xavier Villaurrutia (Décima Muerte)–6
La Muerte se hace nuestra amante. Villaurrutia, vate mexicano, recoge en su Nostalgia de la Muerte, este sentimiento de re-significar a ese destino último, y le da a esa Parca, otrora tan temida, el valor de una sensual amante. Sabines opta por presentárnosla con una ceremonia a partir de la sobriedad revestida del dolor:
«La procesión del entierro en las calles de la ciudad es ominosamente patética. Detrás del carro que lleva el cadáver, va el autobús, o los autobuses negros, con los dolientes, familiares y amigos. Las dos o tres personas llorosas, a quienes de verdad les duele, son ultrajadas por los cláxones vecinos, por los gritos de los voceadores, por las risas de los transeúntes, por la terrible indiferencia del mundo. La carroza avanza, se detiene, acelera de nuevo, y uno piensa que hasta los muertos tienen que respetar las señales de tránsito. Es un entierro urbano, decente y expedito.
No tiene la solemnidad ni la ternura del entierro en provincia. Una vez vi a un campesino llevando sobre los hombros una caja pequeña y blanca. Era una niña, tal vez su hija. Detrás de él no iba nadie, ni siquiera una de esas vecinas que se echan el rebozo sobre la cara y se ponen serias, como si pensaran en la muerte. El campesino iba solo, a media calle, apretado el sombrero con una de las manos sobre la caja blanca. Al llegar al centro de la población iban cuatro carros detrás de él, cuatro carros de desconocidos que no se habían atrevido a pasarlo.
Es claro que no quiero que me entierren. Pero si algún día ha de ser, prefiero que me encierren en el sótano de la casa, a ir muerto por las calles de Dios sin que nadie se dé cuenta de mí. Porque si amo profundamente esta maravillosa indiferencia del mundo hacia mi vida, deseo también fervorosamente que mi cadáver sea respetado».
–Jaime Sabines (La Procesión del Entierro)–7
En fin: que en México, por mucho que se quiera mirar en sus letras la festividad de Día de Muertos con esa chispeante alegría que se supone que conlleva, en realidad el proceso de la Muerte sólo se recontextualiza con menos solemnidad que en cualquier otro lado. Y no sólo nos reímos de ella: la reflexionamos, la hacemos reír, la desnudamos, la convertimos en amante, y la despojamos de todo su fulgor para presentarla tal cual es: desoladora, fría, siempre escapando de ella, pero a la vez, siempre volviendo a sus brazos, así como se vuelve al origen de todas las cosas…
Sabe la muerte a tierra,
la angustia a hiel.
Este morir a gotas
me sabe a miel
Ay, pero el agua,
ay, si no sabe a nada.
– José Gorostiza (Muerte Sin Fin) – 8
GARIBAY KINTANA, Ángel María; Poesía Náhuatl (3 vol.)(Tomo III: Cantares Mexicanos); UNAM (Instituto de investigaciones Históricas); México, Ciudad Universitaria; 1968; p. 8: «Canto del Poeta». ↩︎
DE ASBAJE, Juana (Sor Juana Inés De La Cruz); Obras Completas; México, Ed. Porrúa; 1969, p. 12: «Ya que para despedirme…» ↩︎- https://mexicochulo.com/mexicanismos/las-calaveras-de-jose-guadalupe-posada-que-no-conoces/ ↩︎
- La silva es un poema que combina versos heptasílabos y endecasílabos en una estructura asimétrica y de extensión indeterminada. La silva usa con preferencia una rima consonante dispuesta libremente y con versos sueltos. ↩︎
- ZAID, Gabriel; Ómnibus de Poesía Mexicana; Siglo XXI Editores; México, Ciudad de México; 2a. Ed. 1991; p.p. 293-294: «2. Calaveras Editadas por Antonio Vanegas Arroyo» ↩︎
- https://www.otroangulo.info/libros/nostalgia-de-la-muerte-y-otros-poemas-de-xavier-villaurrutia/ ↩︎
- https://jaimesabinespoemas.com/poemas/la-procesion-del-entierro/ ↩︎
- https://www.sanangelmemorial.com.mx/poesia-mexicana-sobre-la-muerte ↩︎
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