I. Hades y Perséfone

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El asunto con los mitos es que siempre tienen versiones, reinterpretaciones y variaciones.

Luz y oscuridad dependen siempre del lugar desde donde estés mirando, así que la versión que conoces está muchas veces incompleta. Comenzamos entonces olvidando lo que creíamos saber. Tenemos una curiosa historia de amor que contar.

Hades, El Oculto, El Sigiloso, El Primero de los Olímpicos (aunque nunca vivió en el Olimpo) es muy distinto de sus hermanos. Silencioso, analítico y razonable. Justo, severo y ordenado. Cuando los Cíclopes ofrecen sus regalos, Zeus elige el intimidante Rayo, Poseidón el poderoso Tridente. Hades elige el sencillo casco de invisibilidad, el Yelmo de Oscuridad. Un arma definitiva, por no parecer una. La estrategia es una fortaleza.

Cuando se reparten el mundo, Zeus elige el vistoso Olimpo, Poseidón el bravío Océano y Hades el reino más grande y con mayor necesidad de atención. El Inframundo. Era también el reino con las mayores riquezas, así que elegir con sabiduría tiene su recompensa.

Deméter, hermana de los Olímpicos, vivía alejada del Monte Olimpo. Era la Diosa Madre originaria, la encargada de la fertilidad de la tierra. Tuvo con Zeus una hija, llamada Kore, la Doncella. Representaba la inocencia, la siembra, las primeras veces. Kore era también la más hermosa de todas. Más hermosa que Afrodita, incluso. Su madre, desconfiada de los lujuriosos moradores del Olimpo (tenía razones más que sobradas, claro) y de los celos de otras diosas, mantenía apartada a su Kore del resto del mundo. Cuidada por ninfas, siempre en el bosque bajo la tutela y la mirada de su madre, la Doncella tenía ideas muy simples de la vida. Obedecer siempre a su madre, sembrar, jugar con ninfas y mantener el recato siempre.

Mientras tanto Hades organizaba el Inframundo. El Tártaro para castigos, Campos Elíseos para los virtuosos, los Prados Asfódelos para los mediocres, que no fueron ni buenos ni malos en su vida; los ríos, las entradas, las almas, los monstruos, los fantasmas. Llegó a conocer tan bien su reino, administrándolo tan al mínimo detalle, que el Inframundo se fue confundiendo con él. Hades y su reino fueron uno, vibrando juntos. Hades el Dios y Hades el Inframundo. El Reino de los Muertos. La Otra Vida. Hades.

Pero un Reino, Un Rey, no es mucho sin una Reina. Hades decide encontrar y tomar una esposa. Contrario a sus hermanos, que se llenan de amantes y de enredos, Hades toma su tarea seriamente. Siendo como es, orgulloso, decide buscar a la más hermosa de la creación y se fija entonces en Kore. Dijo después Afrodita que ella ordenó a Eros flechar a Hades para despertar su frío corazón y divertirse. Pero El Oculto, Señor del Inframundo, está por encima de esos sortilegios. Se enamora genuinamente al ver a La Doncella.

Así que va a pedir la mano de la amada, antes que nada, porque a Hades le gusta hacer las cosas bien. Habla con Zeus, su hermano y padre de Kore, La Doncella y la pide en matrimonio. Zeus le explica que ella es muy solicitada pero que Deméter se niega a entregarla; rechaza regalos y elude amenazas. Zeus le dice que no tiene problema en que despose a La Doncella, pero que Deméter se opondrá. Dice, medio en broma, que la única manera de desposarla será raptándola (y le guiña un ojo al serio Hades). El Oculto, El Señor del Inframundo, sonríe ante esto. Su sonrisa es una mueca cruel, de determinación. Hades, El Sigiloso, va forjando un plan casi de inmediato.

Dicen que fue un rapto. Dicen que fue forzada. Eso le dijeron a Deméter y ella eligió creerlo. Pero Hades, el estratega, es sigiloso, taimado y muy paciente. Kore, La Doncella, fue cortejada y seducida. Lo primero que hizo Hades, el más rico de los dioses, fue ofrecerle piedras preciosas como regalo. Se las dejaba a sus pies a lo largo del camino. La espió algunas veces, usando el Yelmo de Oscuridad, se dio cuenta de que podía dejarle mensajes a través de las flores, aparentemente inocentes que se encontraban por allí. Disponer de cierta manera los girasoles, las rosas de distinto color… Todo ello le servía al Oculto para componer preciosas cartas de amor. 

Kore, La Doncella, se sintió intrigada y a ratos desasosegada, con el persistente cortejo. Se fue enamorando antes de haber visto al cortejante, con toda su inocencia. Ya desde niña se había preguntado muchas veces que había bajo la tierra, que vibraba y desde donde brotaban las plantas y flores que ella hacía crecer. Imaginaba una íntima conexión entre la verde superficie y lo oscuro subterráneo. 

Un día Hades le regala, junto a un riachuelo, once lirios blancos dispuestos en la orilla del riachuelo, que en el lenguaje floral que entienden ambos significa: «Te reto a que me quieras». Mientras estaba parada allí se abrió una grieta en la tierra y apareció Hades, El Oculto, en su magnífico carruaje negro. Sostenía un narciso en la mano y se lo ofrecía. La Doncella lo mira, asustada y anhelante pero también, para su sorpresa, muy interesada. Entonces Hades sonríe. Pocos han visto la sonrisa de Hades, aparte de la mueca cruel antes de proceder a un castigo o cuando ha pensado una estrategia. Kore, La Doncella es la primera, y por mucho tiempo la única en verlo sonreír con ternura. Más que las joyas, más que las cartas a través de flores, lo que cautiva a Kore, La Doncella, es ver la ternura enamorada de tan temido soberano. Se enamora de inmediato.

Recibe el narciso y baja a su carruaje sin pensarlo mucho. Él toma su mano, la ayuda a bajar y ella tropieza, dando un pequeño grito de sorpresa que advierte a Deméter. Hades la toma en brazos, la mete en su carruaje y se va con ella al Inframundo para desposarla.

Deméter enloquece al ver que ha desaparecido su Kore, su pequeña Doncella. Clama que ha sido vilmente secuestrada y comienza a buscarla por todos lados, para rescatarla de la maldad y la lujuria. Deméter llora desesperada a su hija “raptada” y la tierra comienza a convertirse toda en un erial, triste, solitario y estéril. Hécate, La Oscura, La Anciana Sabia, Reina de las Brujas, siente compasión de la triste Deméter: ella sabe dónde está Kore, ahora llamada Perséfone (y que ya jamás volverá a ser Kore, nunca más doncella) pero no puede decirlo directamente; así que le aconseja a Deméter que le pregunte a Helios, El Sol, que todo lo ve, para que le dé alguna pista. Deméter agradece y se va con esperanza y preocupación en la mirada.

Helios lo sabe. Intenta consolar a Deméter con la idea de que su niña será la reina del más grande reino de todos, con infinitas riquezas. La Madre no se consuela y va directo al Olimpo a exigir a Zeus que le sea devuelva su hija, su preciosa Kore.

En el Olimpo Zeus trata de calmar a Deméter con regalos, joyas, frutos, incluso sexo. Deméter sólo quiere que su hija vuelva y amenaza con dejar seca la tierra. Sin plantas, sin frutas, sin alimento, sin nada. Zeus se asusta y manda a Hermes con un mensaje para que Hades devuelva a la “secuestrada”.

De ese tiempo en el Inframundo pocos saben nada con certeza. Se amaron, claro. El Oculto sedujo y desposó a La Doncella. Su amor fue tan magnífico que Perséfone (nunca más Kore, jamás de nuevo doncella) comenzó a fundirse con su reino. Así fue amando El Hades y a Hades, indistintamente.

La noticia de que debía volver con su madre les sentó mal a ambos. Hades estaba dispuesto a un conflicto a pesar de saber que no le convenía. Perséfone (La Sembradora, La que trae la Muerte, La de Níveos Brazos) quería seguir consumando ese amor y aprendiendo y reinando (disfrutaba su poder, disfrutaba aprender cada día cosas y por primera vez se daba cuenta de lo absorbente y opresivo que era el amor materno). Ninguno quería volver a lo anterior.

Hécate, La Oscura, una de las pocas personas que Hades respetaba, ofreció una solución de compromiso. Les comentó a los soberanos que si Perséfone comía algún fruto o semilla cosechado en el Inframundo eso la comprometería a quedarse allí. Así que le pidieron al jardinero Ascálafo una de las magníficas granadas que cultivaba allí. Hades se la dio a Perséfone y le dijo que la fuera comiendo por el camino. Se despidieron con un beso, sabiendo que volverían a verse pronto.

Así que Perséfone fue saliendo del Inframundo y comiendo una a una las semillas de granada, saboreándolas lentamente mientras recordaba su tiempo en el Inframundo, el Reino de Hades, SU Reino. Y con los ojos cerrados fue saliendo de su Reino deseando no irse nunca jamás. Al llegar a la entrada la espera su madre, Deméter, ansiosa y angustiada, dispuesta a seguir asfixiándola de amor. Deméter ve la granada en las manos de su hija, ve la expresión soñadora en su rostro de ojos cerrados y lo comprende todo; entra en pánico y en cólera al mismo tiempo y despierta a Perséfone de su ensoñación con una sonora bofetada, otro manotón y la granada vuela de vuelta al Inframundo. Deméter toma a su hija de la mano con rabia y se la lleva.

Perséfone no sabe rebelarse a su madre pero hace lo mejor que puede. Por ahora insiste en no ser llamada nunca más Kore, para dejarle claro a Deméter y al mundo que ahora es la esposa de Hades, Señora del Inframundo. Aunque cumple con sus obligaciones como sembradora, se las arregla para escapar de cuando en cuando y escribir en las flores, en ese lenguaje secreto de color y disposición de las flores, sus cartas para Hades, El Oculto, su amor, a quien extraña. Así, en un grupo de lirios un poema:

«Mi corazón guarda un oscuro deseo

Quiero volver a ser raptada por ti

Aunque las rosas se mueran

Yo quiero estar junto a ti

Aunque el infinito encuentre su final»

Así, en rosas de colores aliterados un grito de amor. Así, Perséfone intentando volver a su Hades.

El Oculto, por su parte, hizo sus demandas a Zeus. Las leyes del Inframundo son inflexibles y demandaban reparación. Perséfone debía volver a su Reino, aunque Deméter no quisiera ceder. Zeus, por su parte, estaba desesperado. Ambos hermanos eran inflexibles y testarudos. Desesperaba de encontrar una solución cuando Hermes preguntó qué tanto había comido Perséfone: «tan sólo seis semillas de granada» dijo ella, con una cierta tristeza. Hermes sugirió entonces que ella pasara seis meses (uno por cada semilla) de cada año en el Inframundo y el resto con su madre. Luego de muchas negociaciones, acordaron eso. 

Perséfone volvió a su Reino, a su amor, a su Hades. Deméter se entristeció, inaugurando el Invierno. Hades fue feliz y su amor no disminuyó ni un solo día durante una eternidad. Perséfone aprendió a gobernar el Inframundo y a amar tanto ese Reino donde era dichosa.

Lo primero que hizo La Señora del Inframundo al regresar fue sepultar a Ascálafo bajo una enorme piedra, para evitar delaciones, y tomar como consejera a la sabia Hécate, La Oscura. Luego se sentó en su trono junto a Hades, se tomaron de la mano y se miraron con un suspiro de satisfacción.

Su amor había, literalmente, cambiado el mundo.

Continuará…

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