«Literatura y exilio son, creo, las dos caras de la misma moneda, nuestro destino puesto en manos del azar. ‘Sin salir de mi casa conozco el mundo’, dice el Tao Te King, e incluso así, sin salir uno de su propia casa, el exilio y el destierro se hacen presentes desde el primer momento».1
–Roberto Bolaño –
Para empezar, quizá debamos intentar tener claros algunos conceptos que algunas veces pueden resultar confusos. No todo el que está fuera de su país es un exiliado, podría ser un inmigrante o incluso un turista.
Formalmente, diríamos que un turista simplemente visita otros lugares para conocerlos, sabe que su estancia tiene fecha de terminación y espera volver a su país y contar lo que allí vio y vivió. Un inmigrante o un emigrado es alguien que sale de su país voluntariamente y se instala en otro para hacer vida allí. Su estancia puede ser más o menos larga, incluso indefinida y quizá pueda volver a su país de origen.
La condición de exiliado es más dura: un exiliado es alguien que es expulsado, extrañado de su lugar de origen, con orden, a veces indefinida, de no volver. Hay un intento de cortar nexos más definitivos. Se va, porque en su tierra no lo quieren.
Todas estas condiciones generan literatura, como casi cualquier cosa puede generarla, buena o mala. Los turistas escriben libros de viajes de distintos tonos: a veces un íntimo diario de viaje, a veces una guía de otro país y circunstancia, a veces panfletos laudatorios o derogatorios. La condición de turista es muchas veces la más cómoda, claro. Está fuera por voluntad propia, y aunque busque sumergirse en la vida y la experiencia, en la otredad de otro país, sigue teniendo un lugar seguro al que volver, al que quiere volver para contar su experiencia.
Emigrar es algo distinto. Se emigra por muchas razones, banales o importantes, se emigra voluntariamente o empujado por las circunstancias. El inmigrante muchas veces huye, ya sea del hambre, de la política, de la violencia, de una vida complicada y hasta del mundanal ruido. La emigración tiene un carácter más definitivo y complejo que el turismo, sin duda. Quien se va, no lo hace para «vivir una experiencia», sino para cambiar de vida. Sobre la experiencia de migrar también se escribe, y muchos inmigrantes también escriben. A veces sobre su experiencia y a veces sobre otras cosas. Y es un tema y condición que produce su propia literatura.
El exilio es el tema más complejo. Muchas veces un exiliado no lo es por decisión propia: ha sido expulsado y no se le permite volver. Mayormente, los motivos son políticos, entremezclados con otros (morales, económicos, etc.). Lo más importante del exilio es la puerta cerrada, la imposibilidad de vuelta atrás que hace sentir a muchos exiliados como un Adán expulsado de su Paraíso; condición que como toda experiencia intensa, es material de literatura, furibunda o complaciente. El exiliado incluso, a veces, hace profesión de su condición (es el caso de muchos activistas políticos a lo largo de la historia, e incluso de muchos escritores, como los revolucionarios o monárquicos franceses, exiliados en Londres en distintos momentos entre Revolución, Restauración y República). El exilio tiene muchas aristas para explorar entre la desesperación y la arrogancia. Se escribe sobre el exilio, se escribe desde el exilio y escriben los exiliados.
A veces desde la culpa y a veces desde la complacencia.
“Hablamos lenguas que no son las nuestras
andamos sin pasaporte ni documento de identidad
escribimos cartas desesperadas
que no enviamos
somos intrusos numerosos desgraciados
sobrevivientes
supervivientes
y a veces eso nos hace sentir culpables”.
–Cristina Peri Rossi, Los exiliados II, Estado de exilio.2
Sin contar que esas tres condiciones pueden entremezclarse, mayormente la condición de emigrado y exiliado, como le pasó a Roberto Bolaño que emigra a México con su familia en 1968, con quince años, y luego de un breve regreso a su natal Chile durante la presidencia de Salvador Allende, se encontró detenido durante el golpe de estado a este presidente, y luego se convirtió en exiliado político, además de inmigrante.
O como Milan Kundera, que luego de ser expulsado del Partido Comunista Checo en 1970, emigró hasta Francia en 1975, donde siguió escribiendo con su estilo burlón e ilustrado hasta que en 1979 el gobierno comunista de su país le retiró la nacionalidad. Con lo cual pasó de exiliado a apátrida, hasta que en 1981 le conceden la ciudadanía francesa.
Con todo, es interesante como tantos escritores terminan exiliados (la lista es enorme), incluso los que intencionadamente no se meten en política. Quizá porque es casi imposible eso: uno no puede dejar de meterse con la política porque la política nunca deja de meterse con uno. Y más aún un escritor, que aunque escriba sobre los nenúfares, puede ser considerado peligroso en regímenes políticos que no confían ni en ellos mismos: generalmente dictaduras o autoritarismos que se saben bastardos, expuestos a que alguien grite inadvertidamente que el Rey está desnudo, y todos se den cuenta.
Los escritores, emigrados o exiliados, toman distintas posturas ante su condición de ser siempre el otro, el extrañado (en todos los sentidos) inmerso en una sociedad que no es la suya.
Los hay que se sumergen en esa nueva sociedad hasta el punto de que nadie recuerda bien de donde vinieron, que apenas hablan de su lugar de origen. Hay gente que cree que Roberto Bolaño, por ejemplo, es un escritor mexicano. Y también hay gente que no sabe que Joseph Conrad era polaco y no británico. Hasta ese punto se identifican con la sociedad que los acoge.
Otros por el contrario, aunque vivan en lugares cercanos o distantes y por muy agradecidos que están con quienes les dan refugio, no pueden evitar vivir mentalmente en su lugar de origen. Son escritores de raíces largas imposibles de cortar. Gabriel García Márquez vivió en México, incluso escribió allí su obra más conocida, ‘Cien años de soledad’, pero su literatura toda está llena de su natal Colombia, específicamente de la costa colombiana. Julio Cortázar se autoexilia de Argentina a París y, aunque escribe en un ambiente y a veces sobre temas europeos, sus textos son reconociblemente argentinos, en lo bueno y en lo menos bueno.
Milan Kundera también escribe sobre el exilio y desde el exilio. Es uno de los que hace las reflexiones más completas, con su estilo burlón y culto. En sus textos hay exiliados que sueñan con su patria, que reniegan de su patria y que se inventan una patria. Incluso dedica un libro completo a una parte del exilio en la que no se piensa mucho, la parte del regreso.
Ese libro, llamado ‘La Ignorancia’, escrito en una lengua extranjera (el francés) es uno de los libros más profundamente checos y universales al mismo tiempo. Salir, haber salido fuera del centro, de la propia tierra, es algo que te cambia bastante. El regreso soñado puede convertirse en pesadilla, grotesca y anodina, en un segundo exilio emocional al sentir que ya no se reconoce esa tierra de la que se ha partido, que se ha idealizado o de la que se ha renegado, pero que ahora sólo vive en una memoria poco fiable.
Roberto Bolaño, por su parte, toma otra postura. «Por supuesto, por el aire de Europa suena una cantinela y es la cantinela del dolor de los exiliados, una música hecha de quejas y lamentaciones y una nostalgia difícilmente inteligible. ¿Se puede tener nostalgia por la tierra en donde uno estuvo a punto de morir? ¿Se puede tener nostalgia de la pobreza, de la intolerancia, de la prepotencia, de la injusticia? La cantinela, entonada por latinoamericanos y también por escritores de otras zonas depauperadas o traumatizadas, insiste en la nostalgia, en el regreso al país natal, y a mí eso siempre me ha sonado a mentira. Para el escritor de verdad su única patria es su biblioteca, una biblioteca que puede estar en estanterías o dentro de su memoria. El político puede y debe sentir nostalgia, es difícil para un político medrar en el extranjero. El trabajador no puede ni debe sentir nostalgia: sus manos son su patria».3
Para el escritor chileno, lo mejor es seguir adelante y buscar anclaje en otras cosas, en otros puntos quizás más sólidos, sobre todo si se es escritor, artista. Hay una vocación de universalidad.
Por supuesto hay muchos matices en el exilio, en la emigración (se siguen confundiendo, en las definiciones y en la vida). Se puede ver de manera reflexiva, juguetona, arrogante o indiferente, aunque no por eso deja de estar presente.
Uno de los matices (por nombrar uno de tantos) que más pesa es el del exilio del lenguaje. Irse a otro país a menudo implica un alejamiento cultural que incluye hablar otro idioma que a veces ni siquiera habla el exiliado y debe aprender sobre el terreno, con todo lo que eso conlleva. En Europa (como en África o Asia) muchas veces no hay que irse muy lejos para encontrarse no sólo con una cultura diferente sino con un lenguaje completamente extraño. En América (tanto al norte como al sur), aún con sus variantes podemos encontrarnos con una lengua común (el español para la mayoría del continente), cercana (como el portugués), o incluso accesible (el inglés, a pesar de todo).
Estar exiliado de la comodidad del lenguaje común es todo un reto para los escritores, que también asumen distintas posturas. Los hay que primero deben escribir en su lengua natal y luego traducir, ellos mismos o por medio de otros (como el caso de Kundera, que escribía en checo para traducir al francés y cuando se sintió lo suficientemente cómodo, comenzó a escribir directamente en francés), los hay que deciden hacer de la lengua de acogida su lengua literaria (como Joseph Conrad, o como Vladimir Nabokov, otro exiliado escritor con vocación universal, que escribió en ruso, alemán, francés y finalmente inglés, con desenvoltura).
Aún así para muchos es un recordatorio, a veces punzante, de la condición de exiliado, el no poder escribir directamente desde la emoción viva, términos y palabras que tienen mucho sentido en tu tierra pero que los demás recibirán con extrañeza o incomprensión.
Pero quizá, también, desde esa extrañeza, esa incomprensión, pueda crearse buena literatura. Haciendo de lo local e íntimo un valor universal. Quizá.
- «Literatura y exilio», discurso leído en Viena (Austria) en el simposio «Europa y América Latina: literatura, migración e identidad», organizado por la Sociedad Austriaca para la Literatura (03 de abril de 2000)
↩︎ - Editorial Visor Libros, 2003. XVIII Premio Internacional Unicaja de Poesía Rafael Alberti
↩︎ - BOLAÑO, Roberto, Op- Cit.
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