Drácula Bajo el Sol del Siglo XXI (Un Breve Recuento del Vampiro en la Literatura en los Últimos Años)

¿Realmente se acabó? ¿Las historias de vampiros ya vieron sus mejores días? ¿Nuestra modernidad ya ha descartado los mitos sobre los vampiros? ¿Escribir sobre ellos ya no tiene sentido en esta posmodernidad? ¿Finalmente la dicha posmodernidad ha logrado exponer al vampiro al sol del racionalismo de estos tiempos, y lo veremos consumirse en cenizas?

Cuando se creía que esto ya había sucedido, (en 1897, año de publicación de Drácula) y aunque después del siglo XIX no menudearon autores que recogieran el relato vampírico, apareció la saga relacionada a esa criatura identificada como un vampiro estelar, escrita por Robert Bloch y Howard Phillips Lovecraft en una serie de relatos donde Bloch propone la idea de una criatura sombría de las estrellas sobre la cual tratan estos cuentos: The Shambler From the Stars (El Vampiro Estelar)-1935- de Bloch, The Haunter of The Dark (El Morador de las Tinieblas) -1936-, de Lovecraft, que apareció como respuesta al relato de Bloch, y The Shadow From the Steeple (La Sombra que Huyó del Chapitel) -.1950-, de Bloch. Será pasado medio siglo en que aparezca la obra de Anne Rice (1941-2021). Y cuando Anne Rice parecía haber puesto a buen recaudo el relato vampírico con su brillante Entrevista con el Vampiro (Interview With the Vampire), nace Stephenie Meyer (1973). Tres años después de que nace la autora de Twilight se publica la obra de la maestra Rice (1976). Pero Stephenie Meyer buscará años después su parte del pastel en el relato vampírico del Siglo XX, cuando publique su Crepúsculo (Twilight) en el 2005. Sin embargo, pese a los vampiros de sexualidad al filo de lo permitido (Interview…), así como en el caso de aquellos que a pesar de su juventud parecen haber refrenado sus apetitos (cuando Edward Cullen se niega a administrarle el «beso» -poética expresión para denominar la mordida del vampiro- a Bella), parece que los códigos de los vampiros no se avienen bien a la coyuntura actual, en donde la politización de actitudes que penetra lo cultural demanda la ruptura de códigos ancestrales. Y los vampiros se sustentan en aspectos sociales provenientes de una nostalgia por el pasado. Sus valores, pese a la bestialidad que sugiere su condición, parecen regirse por códigos de nobleza, de valores cortesanos, y de protocolos para existir («enter of your own free will»). Todo ello me lleva a preguntarme si esta serie de costumbres que han persistido hasta Twilight seguirán siendo válidas para los futuros creadores que quieran tratar sobre los vampiros. Y si existirán creadores que quieran hablar de los vampiros, también.

Mientras que para la literatura el camino hacia la posmodernidad comienza con los autores de la Posguerra (Samuel Beckett, Eugène Ionesco, por ejemplo), en otros campos del arte la posmodernidad es este momento que inició históricamente, de forma aproximada, con la Glasnost (1989). En la posmodernidad parece que el vampiro sólo acude en forma de metáfora, de caricatura política (los vampiros que sangran el presupuesto de los gobiernos, refiriéndose a los gobernantes), o bien el vampiro expresionista, años antes, (Lulu, la protagonista de los dramas de Frank Wedekind, interpretada como una vampiresa que consume la energía viril de sus víctimas, sin mencionar al célebre Nosferatu). Anne Rice comienza tiempo después su carrera, que ofrece su producto más brillante en el dicho año de 1976. El vampiro se adentra en el cuestionamiento del mito. Lo baja de las estrellas para someterlo a los problemas humanos más cotidianos, entre los cuales la lucha por el poder, que nunca le habría sido planteada a un Dracula, por ejemplo, resulta ser el móvil que revive las historias vampíricas a los ojos de nuevos lectores, que se deciden a inmortalizarlo pronto en el filme icónico que lleva el nombre de la obra de Rice. Es el cine lo que preserva estas figuras para los años 90’s (1994 es el año en que aparece el filme Interview With The Vampire), dos años después del deslumbrante Dracula de Francis Ford Coppola (1992). Incluso en este rescate del vampiro como protagonista la imagen del Dracula de Bram Stoker sigue enseñoreándose en el ámbito.

Y es aquí donde se comprende porqué el vampiro, sin perder la fascinación que nos hace sentir, aún es válido: asume -tardíamente- el mismo proceso literario de plantearnos nuevos héroes, que se engrandecen en la cotidianeidad y en las dificultades comunes y corrientes de la vida diaria, en su fragilidad ante la vida diaria. La posmodernidad, dentro de su ánimo de ruptura, se enfrenta a estos mitos literarios con la difícil misión de revisarlos. El vampiro soporta hasta la caricatura (el Conde Pátula, o el paródico film Blacula de 1972), pero ha encontrado, (como suele suceder con esta figura mítica) mejor acomodo en el melodrama, en el patetismo.

En una cultura que lentamente trata de apoderarse de las figuras clásicas para recontextualizarlas de acuerdo a sus preferencias íntimas, nos preguntamos si lo que sigue es un vampiro inclusivo, y si tantos años de la herencia de Stoker terminarán por ceder su lugar como figura señera a Carmilla (1872) y a Joseph Sheridan Le Fanu el trono en la influencia sobre los vampiros de diversas preferencias sexuales. Nosotros permanecemos expectantes, pero resultará difícil buscar nuevos caminos para un ser que ya ha probado antes muchos de esos caminos. Carmilla y Interview With The Vampire lo prueban suficientemente.A pesar de su tradicionalismo, su rancia nobleza, los valores de la caballería cortesana de los cuales surgieron los condes, Ladys y Lords, estos no-muertos ya han probado las mieles de esta sexualidad diversa, y han sobrevivido, porque como mito, el vampiro personifica el ánimo de la inmortalidad y de la inquietud por probar los caminos de las sombras o lo prohibido que cada ser humano oculta dentro de sí. Y yo creo que aún los ánimos actuales seguirán buscando en este ser una forma de expresar a través de él lo que nos atrevemos a soñar en los rincones más oscuros de la conciencia.

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