
FIRS: (Se acerca a la puerta, toca el agarrador) Está cerrada. Se han ido (Se sienta en el diván). Se han olvidado de mí… No importa… Me quedaré aquí sentado… Leónid Andreiévich se habrá olvidado seguramente de ponerse el abrigo de pieles, se habrá ido con el abrigo ligero… (Suspira preocupado) Y yo no me di cuenta… ¡Ah, la juventud, la juventud! (Barbotea algo ininteligible). La vida ha pasado, como si yo no hubiera vivido… (Se acuesta). Me tumbaré…. Te faltan las fuerzas, nada te ha quedado, nada… ¡Eh, tú…. Desmañanado! (Permanece inmóvil) (Se percibe un lejano sonido, el sonido de una cuerda que se rompe, un sonido vibrante, triste. Todo queda en silencio y sólo se oye a lo lejos, en el jardín, el golpe del hacha contra un árbol) (Telón).
El Jardín de los Cerezos, Escena Final, Antón Chéjov
Antón Chéjov tenía 41 años y Olga Knípper 33 cuando se casaron en Moscú en 1901. Se habían conocido en 1898, Chéjov era ya un cuentista célebre, pero en el teatro no le había ido muy bien. Se conocieron en el Teatro Artístico de Moscú, durante la lectura de «La Gaviota», donde Olga interpretaba un papel secundario. Chéjov era serio, irónico y desconcertante; era famoso y se estaba muriendo de tuberculosis. Olga era hermosa, muy culta y con un temperamento artístico y soñador. Chéjov dijo, luego de conocerla, que era tan hermosa, que si tuviera tiempo se enamoraría de ella. Luego partió a Yalta.
Olga se hizo amiga de Masha (hermana de Antón) y comenzó activa y decididamente a seducirlo. Ella intentaba seducirlo y él la trataba con burlona ironía (llevaba décadas de soltero codiciado, esquivando todo tipo de requerimientos amorosos). Olga era hermosa, era joven, era requerida de amores por muchos, pero ella estaba empeñada en Chéjov. Olga era fascinante, pero no lograba conquistarlo; el eterno solterón, además ahora con la conciencia de estarse muriendo, la evadía elegantemente. Olga finalmente lo conquista, de manera sorprendente hasta para ella, con su cerebro. Hablan de arte, de literatura, de teatro, de lo mundano y lo divino, juntos frente al Mar Negro. Chéjov descubre que anhelaba la intimidad de una larga conversación con esta muchacha en la que encuentra, según sus propias palabras, “una interlocutora a su nivel”
Decía que lo amaba. Otros hablan de sólo una gran admiración. El amor de Olga y Antón fue extraño y precioso; por lo tanto, desconcertante para la mayoría de la gente. El amor y el deseo son cosas misteriosas. Pocas veces se sabe con certeza las causas; sólo que ocurren, muchas veces, de forma involuntaria.
Olga le pide matrimonio. Cuatro veces. Chéjov se negaba por varias razones: entre otras, el dejarla viuda tan pronto le parecía de una crueldad inaudita. Finalmente acepta casarse en Moscú, siempre que no se entere nadie, que no haya mucha gente y que sea rápido. Le horroriza ser el centro de atención (y a la vez le encanta). Se casan con sólo cuatro testigos y son felices.

Entonces comienza un amor extraño y a distancia (ella en Moscú, en el teatro, él en Yalta, escribiendo muchos de sus mejores cuentos). Una vida de íntima distancia. Chejov le escribe 400 cartas, ella unas 200. Cartas apasionadas, cartas hermosas, a ratos cursis (son rusos, después de todo); él firmaba sus cartas diciendo: «tomo tu mano en la mía»; ella le hablaba de su vida fabulosa en el trabajo y lo mucho que lo extrañaba y amaba (pero no hacía mucho por ir a verlo). Chéjov escribió inspiradas y maravillosas obras de teatro y triunfó en eso, como triunfaba en todo. Olga se bañaba en celebridad y triunfaba también (la llamaban «la Chéjova») y su amor se mantenía por cartas, a pesar de que Chéjov habría querido mantener a Olga siempre junto a él y verla cada día y tener un matrimonio más normal, pero obtuvo justo lo que decía que quería en el amor: una mujer que no tuviera que ver siempre.
Creo que, aunque se amaron, mucho y apasionadamente, no se entendieron realmente nunca. Por cierto, su homónima sobrina Olga Knípper fue actriz de cine y se casó con Mijaíl Chéjov, actor y escritor sobrino de Antón Chéjov, -curiosa sincronía que merece una historia propia-.
Finalmente pasa sus últimos meses de vida con su amada. Se van a Badenweiler, en la Selva Negra alemana. Son felices a su manera. Chéjov muere el 15 de julio, y sobre su muerte hay varias versiones. Se sabe que se bebió una copa entera de champagne (helada como lo hacen los rusos) que le encantaba y que por su salud no probaba. Se dice que dijo «Ich sterbe» («me muero», en alemán), que sonrió a Olga (y quiero imaginar le dijo las más hermosas palabras de despedida), que entró al cuarto una mariposa negra revoloteando por todos lados y cuando se fue, Chéjov había expirado.
Su cuerpo fue trasladado a Moscú en un tren refrigerado que transportaba ostras, lo cual enojó muchísimo a su amigo Máximo Gorki. Chéjov, en cambio, habría aprobado ese final de champagne y ostras para un amor tan íntimo y tan extraño. Un amor tan corto y tan permanente, que vivía en letras, en pensamientos. Pleno de amabilidad y pasión. Hermoso, como nadie es así.
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